Puente, retaguardia y voz: la Ciudad de México en el trabajo
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político-militar del FMLN
Bridge, rear and voice: Mexico City in the political-military of FMNL
Kristina Pirker
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Omar Núñez Rodríguez
Resumen
El artículo es una primera mirada al rol que jugó la Ciudad de México en el accionar político externo del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Por medio de entrevistas a militantes de base exiliados de esta organización político militar, el trabajo plantea algunos de los alcances del trabajo partidario y ciertas problemáticas que enfrentaron los activistas salvadoreños en la ciudad capital de México en los años ochenta.
Palabras clave: Ciudad de México, El Salvador, FMLN, exilio, militantes, organizaciones político-militares
Abstract
This paper offers some glances on the role which Mexico City played in the political strategies of the Salvadorian guerrilla organization Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN, National Liberation Front Farabundo Martí) to get international audience and support for a political solution of the civil war in El Salvador. By analyzing interviews with activists, exiled in Mexico during the 1980's, the article shows some of the achievements of the political work, as well as some of the problems that these actors had to face in this particular geographical space.
Keywords: Mexico City, El Salvador, FMLN, exile, political activists, political-military organizations
Agradecemos a quienes nos concedieron las entrevistas para la elaboración de este artículo. Por razones obvias, solicitan que sus nombres permanezcan en reserva. También agradecemos las sugerencias de la profesora Dra. Pilar Calveiro, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México. Las interpretaciones surgidas de estas conversaciones son de exclusiva responsabilidad de los autores de este artículo.
Dra. Kristina Pirker, austriaca. Centro de Estudios Sociológicos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y del Colegio en Estudios Latinoamericanos de la UNAM, email: kristina pirker@yahoo.com.mx; Lic. Omar Núñez, chileno. Academia de Historia de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y del Colegio en Estudios Latinoamericanos de la UNAM, email: omar nunezrodriguez@yahoo.com.mx
Introducción
Un aspecto poco abordado en los estudios sobre los exilios en México es el relativo al papel que tuvo el país y, en particular, su ciudad capital como escenarios de trabajo político para diferentes movimientos armados de América latina. La Ciudad de México no sólo constituyó un espacio de refugio para militantes, simpatizantes, perseguidos o víctimas de las dictaduras militares y de las guerras civiles centroamericanas, también se erigió en teatro de operaciones políticas y logísticas que posibilitó a los militantes de diversos grupos insurgentes de la región apoyar de múltiples formas la lucha político-militar que entablaban en sus respectivos países.
En este sentido, el hecho que diversos gobiernos (desde Lázaro Cárdenas hasta Carlos Salinas de Gortari, pasando por Luis Echeverría) hayan compartido cierta política de estado común en temas como el asilo político, la autonomía en las relaciones internacionales, la inserción de los exiliados, entre otros, posibilitó que el estado mexicano erigiera un marco de seguridad para las personas perseguidas por los gobiernos de sus países de orígenes. Esta política en los años setenta fue apuntalada por un favorable contexto económico que facilitó la inserción laboral de un número importante de refugiados políticos -en particular profesionales- que encontraron en la administración pública y en las universidades nichos de oportunidades laborales. Si bien las políticas de asilo quedaron condicionadas a que los desterrados y las organizaciones políticas y político-militares no se inmiscuyeran en la vida interna del país, estas directrices toleraron la libre expresión y organización de los diferentes exilios, lo cual contribuyó a la articulación de diferentes núcleos políticos latinoamericanos residentes.
Esto último fue particularmente intenso en la Ciudad de México, por ser lugar de confluencia migratoria, espacio de inserción o punto de propaganda más importante que encontraron los militantes de las organizaciones revolucionarias. En este sentido, el hecho que México no fuera un aliado de dictaduras militares y no participara de las acciones conjuntas entabladas por los regimenes castrenses como los del Cono Sur, significó que este territorio nacional no fuera un escenario fácil para las operaciones clandestinas y de inteligencia de los aparatos de seguridad de estos gobiernos en sus objetivos de monitorear, desarticular o eliminar a los grupos revolucionarios y sus cuadros en el exilio1.
1 Cabe recordar que la apertura y solidaridad del Estado mexicano hacia los exiliados escondía en lo interno las prácticas represivas que el mismo utilizaba en contra de los opositores políticos del régimen priísta. La adhesión a la estrategia contrainsurgente por parte de las autoridades de este país acercaba al Estado mexicano a las pautas represivas y la histeria anticomunista tan propias de los gobiernos latinoamericanos durante la guerra fría. Caso emblemático es lo acontecido con la coyuntura de 1968 en México, cuando un dinámico escenario de movilizaciones y protestas sociales fue percibido de manera peligrosa por diversos sectores tanto de gobierno como de la oposición de derecha. La rápida multiplicación de los conflictos en ese año constituyó un claro cuestionamiento a los resultados del "desarrollo estabilizador", un reto a la estabilidad del régimen priísta y un desafío a legitimidad del orden social emanado de la revolución. Este paradójico escenario de crecimiento económico con expresiones de ingobernabilidad política, posibilitó la articulación de "un momento conservador" a decir de Ariel Rodríguez Kuri, que núcleo circunstancialmente a las autoridades y al partido de gobierno con la oposición política panista, empresarios, Iglesia Católica y sectores medios, incluso
Paradójicamente, será también este condicionado paraguas de protección el que permitió que el país y la Ciudad de México se erigieran en puente y escenario transnacional clave de la guerra fría en los años setenta y ochenta en Latinoamérica.
Lo anterior cobró particular intensidad cuando un conjunto de problemáticas se hicieron sentir con fuerza desde la segunda mitad de la década de los setenta. Por un lado, con el golpe de estado de 1976 en Argentina, este último país dejó de ser un refugio medianamente seguro para bolivianos, brasileños, chilenos o paraguayos exiliados en él. Justamente, la cercanía geográfica había posibilitado que cientos de perseguidos encontraran asilo político en el país del Río de la Plata, sin embargo, con el advenimiento del denominado Proceso de Reorganización Nacional en marzo de 1976, la convergencia ideológica y política en el Cono Sur y en la región andina posibilitó que se expandieran las operaciones de represión política de las dictaduras militares por medio de la denominada Operación Cóndor -sistema clandestino de cooperación de los aparatos de seguridad y grupos de inteligencia- de forma que los perseguidos políticos, en general, y los militantes de partidos y movimientos armados, en particular, se vieran obligados a buscar nuevos espacios para dar continuidad a la lucha de sus organizaciones. Esta situación se vio reforzada, por otra parte, por el inicio de las guerras civiles y el incremento de la represión política en Centroamérica, lo cual se tradujo no solo en una segunda oleada de asilo político hacia México (que tuvo como componente distintivo el fenómeno de los desplazados por las guerras, en particular guatemaltecos), sino que las exigencias mismas de los conflictos armados en Guatemala y El Salvador, así como en la Nicaragua pre revolucionara, motivó que las guerrillas del itsmo vieran en la república mexicana un escenario idóneo para organizar parte importante de sus operaciones logísticas (traslado de hombres, refugio de cuadros, trafico de armas, captación de recursos monetarios), establecer conexiones clave con autoridades de gobiernos de diferentes países y con grupos armados afines, como el publicitar sus programas y acciones político-militares.
Este texto trata de un grupo muy específico dentro del universo de refugiados salvadoreños: la de los activistas políticos afines a una de las diversas organizaciones político-militares que conformaron al FMLN2. Con base en entrevistas, este artículo presenta algunas
grupos populares corporativos, posibilitando transversalmente la constitución "de un partido del orden en 1968". Esta convergencia legitimará la represión al movimiento estudiantil el 2 de octubre en Tlatelolco y apuntalará, posteriormente, la denominada "guerra sucia" perpetrada hacia las diversas guerrillas, partidos y opositores de izquierdas en México en los años setenta. Ariel Rodríguez Kuri, "El lado oscuro de la luna. El momento conservador en México". En: Erika Pani (coord.), Conservadurismo y derechas en la historia de México. Tomo II, México:FCE-CONACULTA, 2009. Sobre la guerra sucia, léase los trabajos de José Luis Sierra, "Fuerzas Armadas y contrainsurgencia (1965-1982)" y Juan Fernando Reyes Peláez, "El largo brazo del Estado. La estrategia contrainsurgente del gobierno mexicano". En: Verónica Oikión Solano y Marta Eugenia Garcia Ugarte, Movimientos armados en México, siglo XX. Vol. II, México:El Colegio de Michoacán-CIESAS, 2006.
2 En el FMLN (Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional) convirgieron cinco organizaciones politico-militares: las FPL (Fuerzas Populares de Liberación), FARN (Fuerzas Armadas de la Resistencia Nacional), ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), PRTC (Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos) y las FAL (Fuerzas Armadas de la Liberación, brazo armado del Partido Comunista Salvadoreño). Si bien a partir de 1980 existía un mando colegiado -la llamada Comandancia General- cada una de las cinco organizaciones mantuvo hasta después de 1992 sus propias estructuras, tanto militares, como
dimensiones de este activismo militante en la Ciudad de México, con el objetivo de explorar el rol de la capital como escenario de trabajo político para esta guerrilla centroamericana, por un lado, y señalar ciertas problemáticas que el accionar de estos militantes tuvo al interior del país azteca, por el otro3.
El significado de la Ciudad de México para el FMLN
En 1989, María -activista sindical y militante de la organización político-militar Fuerzas Armadas de la Resistencia Nacional (RN)- fue detenida en San Salvador por participar en acciones "subversivas". Unos días después de su liberación, gracias a la presión internacional, se dio cuenta que un escuadrón de la muerte le estaba siguiendo. Al temer por su vida, solicitó una visa para internarse en México pensando que alejarse algunos meses de su país sería suficiente para desviar la atención sobre ella. "Algunos" meses se convirtieron en años y hoy María sigue viviendo en México formando parte de la diáspora salvadoreña que se extiende por Estados Unidos, Canadá, Australia y Suecia. Su caso es representativo del desplazamiento poblacional sin precedentes que provocó la guerra civil salvadoreña (1981-1992), la cual cobró aproximadamente 75,000 vidas4; pero también es representativo de aquellos militantes o simpatizantes de la guerrilla de este país que tuvieron que salir para escapar de la represión, los cuales siguieron en el exterior con el trabajo político partidario.
En el exilio mexicano, los militantes y activistas políticos como María reprodujeron formas de trabajo político desarrolladas en la lucha clandestina en El Salvador, que reflejaban, a la vez, la fuerza y los límites del movimiento revolucionario en el pequeño país
políticas e internacionales. En la Comandancia General se coordinaban las ofensivas militares, las iniciativas diplomáticas y la formulación de comunicados y posicionamientos, mientras recursos, estructuras y militantes operaban de manera separada.
3 Cabe señalar que la organización política de los exiliados sigue siendo un tema sensible en México. A la fecha persisten dos posturas que oscilan entre calificar a todos los refugiados como guerrilleros y otra que los mira exclusivamente como "población civil" y víctimas de la violencia política. Ambas posturas tienen en común no solo el homogenizar a la población desplazada por la guerra civil, sino también en reducirlos a grupos heteronómicos. En este trabajo, consideramos que el trabajo partidario realizado por los militantes exiliados -que desarrollaron estrategias políticas para denunciar las violaciones a los derechos humanos y movilizar apoyos de todo tipo para el movimiento insurgente- tuvo un margen de autonomía de las direcciones políticas, lo que los reivindica como actores con voluntad propia en un espacio político con dimensiones internacionales. Para comparar las posturas gubernamentales (México, Estados Unidos, gobiernos centroamericanos) respecto a los refugiados centroamericanos, véase, Sergio Aguayo. El éxodo centroamericano. Consecuencias de un conflicto. México: SEP, 1985, especialmente pp. 74-83.
4 Si bien todos los datos sobre la emigración salvadoreña son estimaciones -dado que se desconoce el tamaño real del flujo de población indocumentada, que constituye la mayor parte de la migración- los Censos permiten dar cuenta del incremento del fenómeno en la década de los ochenta: De acuerdo con los Censos, en 1980 había 128,773 emigrantes salvadoreños en todo el continente americano, de los cuales 2,055 vivían en México; en 1990 las cifras fueron 543,946 y 5,215, respectivamente. Véase, CELADE, "Uso de los datos censales para un análisis comparativo de la migración internacional en Centroamérica. Sistema de Información Estadístico sobre las Migraciones en Centroamérica". CEPAL Serie Población y Desarrollo, No. 31, Santiago de Chile, diciembre de 2002: pp. 22-23. http://www.eclac.org/publicaciones/xml/3711783Zlcl1828-P-1.pdf
centroamericano. Durante la década de los setenta, las organizaciones político militares habían mantenido una orientación consistente hacia protestas y organizaciones populares anti-gubernamentales para reclutar a los activistas más destacados para la insurgencia. Por medio de esta estrategia, el movimiento popular salvadoreño se consolidó y se radicalizó pero, también, asumió las diferencias ideológicas de las organizaciones guerrilleras como propias. En la Ciudad de México estas lógicas de la acción política se reproducían: cada una de las organizaciones del FMLN construyó sus propias estructuras de apoyo, cuidando mucho que ninguna otra organización le hiciera competencia.
La cercanía de México con Centroamérica y Estados Unidos, pero también la vinculación con Europa, hizo del país un puente idóneo para activistas civiles y combatientes salvadoreños que se veían obligados de abandonar su país. Si bien cada organización político-militar contaba con una red para sacar a sus cuadros de El Salvador, traerlos a México y, desde este último, enviarlos a otros países, los testimonios hacen suponer que muchos de los militantes y simpatizantes llegaban más bien "espontáneamente", vía avión o por tierra, y se "reconectaban" en la ciudad capital con sus respectivas organizaciones. Por ejemplo, en el caso de María, cuando llegó a México se quedó primero en una casa habitada por integrantes del Frente Democrático Revolucionario (FDR)5, donde colaboró inmediatamente en la tarea de difundir internacionalmente las denuncias por las violaciones a los derechos humanos cometidas por las fuerzas gubernamentales en el contexto de ofensiva guerrillera de 1989. El contacto con las estructuras de RN se dio en una fiesta de apoyo a la lucha social en su país, después de la cual María se encargó de conseguir fondos para el trabajo sindical y para esta organización político-militar, principalmente por medio de campañas internacionales de solidaridad.6
Pero por México no pasaban solamente personas, sino también dinero y armas para la insurgencia salvadoreña. En este sentido, el término "refugio" queda corto para entender la relevancia que tuvo la república mexicana para el FMLN, más bien, parece más apropiada la noción de "retaguardia" para caracterizar la importancia que cobró este país y su ciudad capital para esta guerrilla, si bien no en el plano militar, sí en lo político y lo social. Sin duda, Nicaragua fue más relevante como retaguardia militar porque allí estaban los principales dirigentes del FMLN y de las organizaciones de masa, se daba atención médica a combatientes y pasaba la mayor parte de armamento para los frentes de guerra; pero en la Ciudad de México la Comisión Diplomática del FMLN podía reunirse de forma más expedita con políticos y diplomáticos mexicanos y extranjeros, así como con la prensa nacional e internacional; por otra parte, la presencia de representantes sindicales, del movimiento de derechos humanos de El Salvador y de académicos e investigadores salvadoreños, convertía a la metrópolis mexicana en un espacio para analizar y discutir la coyuntura de ese país, no sólo con fines de denuncia sino para producir insumos analíticos y programáticos para la agenda político-diplomática del FMLN.
5 El Frente Democrático Revolucionario fue una alianza de intelectuales, políticos de la oposición civil salvadoreña y académicos que promovían, junto con el FMLN, una solución negociada del conflicto salvadoreño.
6 Entrevista con María, 10 de diciembre de 2003, México D.F.
En este sentido, la apertura de algunas de las principales universidades públicas a la presencia de académicos salvadoreños, junto al interés y la simpatía que despertó la coyuntura política de este país centroamericano entre universitarios mexicanos, posibilitó que durante una década la Ciudad de México se erigiera en un centro de producción de conocimiento científico sobre El Salvador.7 Al ser un centro para el debate, el análisis y la denuncia, la capital permitía también reclutar a ciudadanos mexicanos sin los cuales no hubiera sido posible sostener la red organizativa del FMLN en el exilio. Había diversos apoyos: hospedar a salvadoreños recién llegados, pagar la renta del local de alguna de las organizaciones de solidaridad u ofrecer sus instalaciones -desde oficinas hasta comedores-para que los exiliados pudieran reunirse, redactar sus boletines o planear sus actividades. Pero los mexicanos se incorporaban no solamente al movimiento civil de solidaridad con El Salvador, sino también a los frentes de guerra como médicos, enfermeras, maestros y combatientes.
Por lo tanto, la Ciudad de México también funcionaba como un lugar para construir y consolidar redes de solidaridad, y difundir los mensajes de la insurgencia hacia el mundo. Según una entrevistada, para el movimiento revolucionario salvadoreño México y su ciudad capital eran la "voz para el mundo"8, porque permitía planear e iniciar campañas y giras de solidaridad para incidir en la opinión pública internacional a favor de la insurgencia. En esta tarea, algunos militantes pudieron aprovechar los vínculos con importantes periodistas, reporteros y corresponsales de los medios internacionales y nacionales de comunicación, como son los periódicos El Día, Unomásuno o el canal televisivo Canal Trece9, para difundir posicionamientos o boletines o, como en el caso de Unomásuno, utilizar sus instalaciones para acceder a las noticias internacionales que se necesitaban para el análisis de coyuntura que realizaban las organizaciones político-militares con regularidad. Sin duda esta labor se potenció con el trabajo comunicacional y propagandístico que los diversos exilios sudamericanos habían establecido en relación con las problemáticas de sus respectivos países desde los años setenta, experiencias sociales que al aunar y compartir fuerzas, recursos, contactos y apoyos, posibilitó que la lucha social, política y militar entablada en los diversos países de Centroamérica adquiriera mayor visibilidad ante la opinión pública mundial, posicionándose como un tema central en la agenda política y diplomática internacional de los años ochenta.
El conjunto de componentes descritos permite señalar que la Ciudad de México se transformó en una caja de resonancia para las actividades políticas promovidas por las jefaturas guerrilleras que se asentaron en esta capital, en la medida que esta urbe cosmopolita y en contacto internacional posibilitó a las organizaciones político-militares establecer una densa red de lazos diplomáticos, financieros, sociales y comunicacionales. En consecuencia, la Ciudad de México terminó por constituir, estratégicamente, en una
7 México dio refugio a académicos e investigadores salvadoreños destacados como Rafael Menjívar Larín, Mario Salazar Valiente, Rafael Guidos Béjar y Felix Ulloa (hijo), quienes crearon en instituciones académicas como la Universidad Nacional Autónoma de México o la Universidad Autónoma de México los espacios para que se desarrollara el campo de los Estudios Centroamericanos.
8 Entrevista con Lucía, 2 de octubre de 2010, México D.F.
9 Entre 1972 y 1993 Canal Trece operó como televisora pública. Su reprivatización en 1993 permitió la constitución de TV Azteca.
retaguardia política lejana para las guerrillas centroamericanas, en la medida que contribuyó a posicionar internacionalmente a cada movimiento armado al amplificar su voz durante la guerra fría.
Universidades, sindicatos e iglesias: los espacios de la militancia exiliada
Desde antes de la formación del FMLN, en octubre de 1980, las organizaciones político-militares salvadoreñas consideraban las relaciones diplomáticas como una extensión importante de la arena política nacional. Al ser el gobierno estadounidense un actor clave que intervenía militar, económica y propagandísticamente en la guerra civil de El Salvador, el FMLN buscó contrarrestar este intervencionismo por medio de la construcción de una densa red de apoyos internacionales que incluía, además del bloque soviético, Cuba y Nicaragua, a gobiernos europeos y latinoamericanos. Esta estrategia se veía potenciada por el papel clave que jugaría México, sea como facilitador del territorio nacional para las acciones políticas de la guerrilla, sea porque actuó como mediador en el conflicto armado salvadoreño (como lo evidenció la Declaración Franco-Mexicana de 1981, en la cual se reconoce el FMLN como fuerza política representativa con capacidad de negociación; la participación gubernamental en las iniciativas de paz del Grupo Contadora; y, finalmente, el rol que tuvo México en la firma de los Acuerdos de Paz celebrados en el Castillo de Chapultepec en 1992, bajo el auspicio del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari).
El activo papel de México en pro de una solución política al conflicto salvadoreño -papel que seguía sus propios intereses como señalan las investigaciones de la temática10- también tuvo implicancias internas sobre la situación de los salvadoreños refugiados en territorio mexicano y, dentro de ellos, para los militantes de las organizaciones político-militares. Así, a partir de la participación mexicana en el Grupo Contadora en los años ochenta, la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) adoptó una postura más tolerante hacia los refugiados centroamericanos que contrastaba -e incluso llegaba a enfrentarse- a las posturas más duras establecidas desde la Secretaría de Gobernación.11 La relativa tolerancia de las autoridades nacionales con los exiliados salvadoreños fue una condición de posibilidad importante para que las redes de apoyo y de militancia en la Ciudad de México pudieran operar con mucho más visibilidad. No obstante que muy pocos salvadoreños obtuvieron el reconocimiento oficial como refugiados políticos, no hubo una política activa de persecución o deportación. Así podía suceder que, si bien el Instituto de Migración (que
10 Una de las razones principales por las cuales los gobiernos mexicanos -sobre todo desde la administración de López Portillo- buscaban jugar un papel más activo en la búsqueda de una solución negociada a la crisis centroamericana, en general, y del conflicto salvadoreño en particular, era, por una parte, el interés en ampliar los objetivos y contrapartes de la política exterior mexicana, sacándola de la tradicional orientación bilateral hacia Estados Unidos. Por otra parte, se consideraba la situación en Centroamérica como un problema de seguridad nacional, por lo cual el fomento del diálogo era considerado como una estrategia para reducir las tensiones. Véase, Toussaint Ribot, Mónica, et.al. Vecindad y diplomacia. Centroamérica en la política exterior mexicana, 1821-1998. México: SRE, 2001, pp. 200ss ; Pellicer, Olga, "Política hacia Centroamérica e interés nacional en México". En: v.v.A.A., Centroamérica. Crisis y política internacional. México: CECADE/CIDE/Siglo XXI, 1985, pp. 227-252.
11 Véase, M. Toussaint, op.cit., 2001.
depende de la Secretaría de Gobernación) enviaba la notificación de la salida obligatoria al domicilio de un exiliado, ninguna autoridad venía a verificar el cumplimiento de la orden posteriormente. Es el caso de lo sucedido a Lucía, militante de RN, a quien en dos ocasiones le aconteció esta situación.12 A pesar de esta omisión, empero, los exiliados podían ser víctimas de tratos arbitrarios, abusos e, incluso, torturas por parte de agentes de seguridad del estado, en particular como resultado de los controles permanentes que se ejercían sobre las actividades políticas de estos grupos. La misma Lucía cuenta, por ejemplo, que
...una vez agarraron a un compañero en frente de mí y le pusieron una tortura, pero gruesa. Lo agarraron porque el chavo estaba esperándome en la puerta de la oficina del Comité de Madres que teníamos en esa época, y se quedó en la puerta para ver pasar a las chicas[.] y enfrente había un banco y él nunca se dio cuenta que enfrente había un banco. la excusa fue de que estaba enfrente de un banco, y el muchacho cuando vio que lo perseguían se metió en nuestra oficina [.] y era gente de la seguridad de acá, en civil y le dieron una buena pateada, lo torturaron y lo soltaron, después de que hicimos 40,000 gestiones. Pero no lo deportaron, lo torturaron y después lo soltaron. y poco después lo sacamos para Canadá. [.] pero lo que te quiero decir es que no estaban "a la caza" de salvadoreños ¿no? Era una política no abiertamente permisiva pero de alguna manera te permitían quedarte, tolerante.
El abuso de los refugiados se facilitaba porque no contaban con documentos de estancia legal en el país, ni permisos de trabajo, por lo cual les costaba insertarse en la vida profesional mexicana y dependían económicamente por lo general del "Partido". La organización brindaba protección y estabilidad, por ejemplo, a través de departamentos y casas, muchas veces puesto a disposición por mexicanos solidarios con la lucha salvadoreña; proveyendo dinero para cubrir los gastos esenciales para garantizar la sobrevivencia y, en algunos casos, para el viaje hacia otros países como Estados Unidos, Canadá o Australia. Esto significaba que los militantes en México -incluso los que en El Salvador habían conservado un trabajo formal- por lo general se convirtieron en 'profesionales de la organización', es decir, trabajaron en los comités y plataformas por medio de los cuales se movilizaron los apoyos solidarios al FMLN.
La arbitrariedad y el control político de los agentes de Gobernación hizo que los militantes salvadoreños fueran conscientes que la permanente vigilancia que ejercía el estado tenía por propósito obligar a los refugiados y exiliados a seguir las "reglas del juego", mismas que condicionaban el activismo extranjero en la Ciudad de México como en todo el país: es decir, se podía hacer trabajo político, siempre y cuando estaba orientado al apoyo de la lucha revolucionaria en El Salvador o Centroamérica, en general; pero no podían ni apoyar ni participar de las protestas que se ejercían en contra del gobierno del PRI, ni utilizar al país como base de operaciones logísticas para las actividades militares. Las direcciones de
12 Entrevista con Lucía, 2 de octubre de 2010, México D.F.
13 Ibíd.
las organizaciones político militares también imponían este principio entre sus militantes para no poner en peligro el espacio de acción y los vínculos gubernamentales que se habían construido en México. Pero como señalaremos más adelante, seguir esta línea no era fácil, sobre todo para aquellos salvadoreños que, como parte de su trabajo político y por la afinidad ideológica, se habían acercado al movimiento popular y al sindicalismo independiente del país.14
En este sentido, para comprender este proceso de organización política y la consolidación de la Ciudad de México como teatro de operaciones y marco de difusión de la lucha en El Salvador, fue clave el trabajo que desarrolló la militancia salvadoreña hacia distintos espacios sociales de la ciudad. Por ejemplo, las iglesias fueron un espacio importante para el activismo político, sobre todo en el tema de los derechos humanos y los presos políticos. Algunas parroquias católicas (por ejemplo, San Pedro Mártir en la Delegación Tlalpan o la Iglesia Los Ángeles en la Colonia Guerrero) y congregaciones protestantes (como, por ejemplo, la Iglesia Bautista o la Iglesia Luterana), se habían convertido en centros de acopio para apoyar a los refugiados centroamericanos con ropa, artículos de primera necesidad y comida. Sin embargo, las iglesias contaban con sus propias redes nacionales e internacionales (hermanamientos con parroquias estadounidenses o europeas), medios de comunicación y "líderes de opinión" (como obispos o teólogos), a quienes los activistas políticos buscaban acceder con la finalidad de que difundieran la visión de sus organizaciones respecto a las violaciones a los derechos humanos y la "guerra sucia" entablada por el entonces presidente de los Estados Unidos Ronald Reagan en contra de El Salvador. Pero a diferencia de otros ámbitos de intervención militante, como por ejemplo las universidades o los sindicatos, las iglesias procuraron que ninguna organización político-militar hegemonizara este espacio. Así, el Comité Monseñor Oscar Arnulfo Romero -convocado por religiosas y activistas de derechos humanos- se convirtió en uno de los pocos espacios de convergencia para atender las necesidades inmediatas de la población civil que llegaba huyendo de la guerra15 e impulsar la denuncia de la violencia gubernamental y difundir los testimonios de las víctimas de las violaciones a los derechos humanos. La dinámica propia del Comité, que se apoyaba en las estructuras de la Iglesia Católica y no de una organización político-militar, hizo posible que este esfuerzo se mantuviera después de cesar oficialmente la guerra en 1992, cuando el FMLN desmanteló sus estructuras de apoyo en la Ciudad de México y sus activistas regresaron a El Salvador o se insertaron en una vida profesional en México.
Un tanto diferente fue lo sucedido en las universidades y en el mundo sindical. En el caso de las universidades públicas, estas estuvieron abiertas a la realización de festivales y campañas de solidaridad con El Salvador, lo que permitió no sólo una mayor vinculación de los militantes con académicos y estudiantes nacionales sino también un compromiso de muchos de estos con la causa centroamericana. Al mismo tiempo, al ser lugares de trabajo para intelectuales y académicos salvadoreños -por lo general vinculados al FMLN o al FDR- se formularon acuerdos institucionales para apoyar las actividades de la Universidad de El Salvador (UES) que sufría el hostigamiento militar. La colaboración universitaria se
14 Entrevista con María, 17 de octubre de 2010, México D.F.
15 Entrevista con Emma, 3 de octubre de 2010, México D.F.
expresó con la puesta en marcha de la "Casa de la Universidad de El Salvador" (presidida por Félix Ulloa, hijo de un rector de esta casa de estudios asesinado por un escuadrón de muerte en 1980) que estaba en la Colonia Roma, y con el Comité Internacional de Apoyo a la UES.
De importancia similar fue el trabajo político dirigido por los activistas salvadoreños hacia el movimiento sindical del país anfitrión, en particular, el realizado por militantes de RN gracias a los lazos de la Federación Nacional Sindical de Trabajadores Salvadoreños (FENASTRAS) con los gremios nacionales mexicanos. Para vincularse con un amplio espectro de sindicatos -que incluía hasta la oficialista Central de Trabajadores de México (CTM)- los activistas publicaban un Boletín Sindical para documentar y difundir las violaciones a los derechos laborales y la persecución sindical en El Salvador. Sin embargo este acercamiento era diferenciado, mientras el objetivo para buscar el apoyo de la CTM era instrumental -el acceso a fondos para apoyar proyectos sindicales en El Salvador- los vínculos tejidos con el sindicalismo independiente representados por gremios como el Sindicato Mexicano de Electricistas, el Sindicato de Costureras, los sindicatos universitarios SITUAM y STUNAM y de transporte público como el ya extinto Ruta-100, respondía más a afinidades y simpatías político-ideológicas y, en menor grado, a las posibilidades de acceder a recursos. Como señala María:
yo por ejemplo visitaba el sindicato de la UNAM, de la UAM, de TELMEX,... la Ruta 100, el movimiento popular independiente, muchísimos sindicatos, ellos colaboraban con nosotros, porque aquí no hay mucho dinero, México no es una plaza que tenga dinero, ellos colaboraban con nosotros a veces dándonos local para trabajar, dándonos tinta para impresora, papel, lápices, como útiles de oficina16
Sin embargo, cualquiera que haya sido el resultado de las actividades políticas para los militantes y activistas salvadoreños en estos espacios, es muy probable que estas tuvieran -en conjunto con las realizadas por los demás exilios- un impacto político en los sectores nacionales comprometidos con las luchas antidictatoriales y revolucionarias del continente, al efectuarse en un momento importante de movilización social independiente que caracterizó a la década de los ochenta en México. A modo de hipótesis, es posible señalar que la colaboración menos institucional y más espontánea, así como las simpatías políticas, que vinculaban al activismo político salvadoreño con las organizaciones independientes en este país contribuyó a elevar la politización de ciertos segmentos de la sociedad mexicana en su crítica al sistema político, lo cual abrió un flanco de problemas y tensiones entre estos grupos de exiliados con el gobierno, pero también entre los militantes salvadoreños con los ciudadanos nacionales que colaboraban con la causa centroamericana, cuando estos últimos esperaban cierta reciprocidad en el acompañamiento a marchas, mítines y plantones o en la firma de comunicados. Lo anterior se tradujo en que las acciones de los militantes salvadoreños se movieran, entonces, sobre una delgada línea entre respetar las "reglas del juego" establecidas por la Secretaría de Gobernación, y, al mismo tiempo, tomar en cuenta
16 Entrevista con María, 10 de diciembre de 2003, México D.F.
el principio de reciprocidad (solidaridad activa) con las organizaciones nacionales amigas, lo cual iba en contra de la "línea" del FMLN de no intervenir en luchas sociales mexicanas. Si bien el apoyo de los activistas salvadoreños era más bien simbólico, como apoyar las fiestas que organizaban las organizaciones amigas para recaudar fondos, muchos de ellos también asistieron -disfrazados con gorras y gafas oscuras como señala una entrevistada- a las marchas y mítines convocados por estas agrupaciones nacionales opuestas al dominio priísta17
Un mundo aparte
La reconstrucción del mundo de la militancia exiliada en la Ciudad de México por medio de entrevistas da cuenta de las habilidades de las y los activistas revolucionarios para construir redes de apoyo, así como de la buena recepción y simpatía con la que el segmento politizado de la sociedad mexicana recibía estas iniciativas. Al mismo tiempo; también da la impresión de ser un mundo aislado de su entorno, que reproducía sus propias lógicas y dinámicas sociales dominadas por la orientación hacia la lucha en El Salvador y por las disputas por la hegemonía tan características para el movimiento revolucionario de este país. Sin embargo, uno de los aspectos más llamativo de las entrevistas concedidas fue constatar el poco contacto entre los militantes exiliados y los refugiados comunes que llegaron a la Ciudad de México en búsqueda de la sobrevivencia o de paso en su trayecto hacia EEUU.
En efecto, a pesar de ser casi todos refugiados a causa de la guerra y la violencia política, un rasgo particular de la presencia de salvadoreños fue el no constituir un grupo homogéneo en cuanto a la naturaleza de sus intereses como en el perfil político de sus miembros. Por lo mismo, llama la atención que no todos los amparados por razones políticas se identificaban como adherentes de la izquierda salvadoreña y del FMLN, ni se vieron obligados a huir de la represión estatal o paramilitar de derecha. A modo de ejemplo, una entrevistada señaló que varios de sus compatriotas habían buscado refugio en el país a causa de la persecución y las acciones de represaría emprendidas por la guerrilla salvadoreña en las zonas controladas por la insurgencia y que afectaban básicamente a ex paramilitares de derecha y sus familiares.18 Sin embargo, a diferencia del sector politizado analizado en este artículo, este grupo no logró constituirse en un colectivo organizado sino que se disolvió en el amplio grupo de población desplazada.
En este sentido, las iglesias fueron de los pocos lugares donde los diversos grupos se cruzaron aunque con fines distintos. Mientras para los militantes se trataba de un espacio privilegiado para vociferar lo que estaba sucediendo en El Salvador, a los refugiados comunes (la gran mayoría de los inmigrantes) le permitía atender sus primeras necesidades y recibir protección y amparo. En parte, esto último explicaría porque las instituciones eclesiales son de los pocos espacios que pudieron trascender en México al cambio de coyuntura en El Salvador, en particular a partir de la firma de paz en 1992. Es decir, a
17 Entrevista con María, 17 de octubre de 2010, México D.F.
18 Entrevista con Emma, 3 de octubre de 2010, México D.F.
diferencia de lo acontecido con el trabajo de solidaridad dirigido desde los sindicatos y universidades nacionales (donde la influencia del exilio político fue importante), las iglesias han mantenido una labor de atención ininterrumpida hacia con los migrantes centroamericanos, entre otras cosas, porque su esfuerzo social fue más autónomo del influjo partidista e independiente de las dinámicas del contexto político salvadoreño.
Por el contrario, el final de la guerra civil significó el desmantelamiento de las estructuras formales construidas por las organizaciones político-militares salvadoreñas durante 10 años en la Ciudad de México. Con ello, también se dio término a un particular universo militante edificado en la distancia al escenario central de su lucha. Sin embargo, las historias personales de las entrevistadas indican que las redes informales que conectaron a este mundo de la militancia exiliada con los más diversos espacios sociales de la ciudad capital se mantuvieron en el tiempo, posibilitando lazos afectivos y puertas de acceso a fuentes de empleo y oportunidades de estudios para aquellos y aquellas que decidieron quedarse en México.
Recibido: 9 marzo 2011 Aceptado: 23 julio 2011