Para un archivo del presente. De horizontes insuperables y posibilidades del fragmento en las practicas de resistencia del Chile post-dictadura
For a file of the present. Of insurmountable horizons and possibilities of the fragment in the practices of resistance of Chile in
post-dictadura
Ivan Pincheira Torres
Resumen
En lo que viene a continuación nos concentraremos en una de las cuestiones que se encuentran a la base de las actuales experiencias de acción colectiva que se trazan en el Chile de la post-dictadura. Nos estamos refiriendo a la problemática de la fragmentación /individualización, fenómeno que atraviesa la casi totalidad de los discursos y las prácticas de las actuales propuestas de acción colectiva. Son dos las respuestas o conclusiones que a este respecto se nos aparecen; la primera nos indica que el actual escenario del fragmento se nos presenta como un horizonte a superar, la otra nos habla del fragmento como posibilidad. Será acerca de esto que nos abocaremos en el presente artículo.
Palabras clave: Fragmentación, Individualización, Movimientos sociales, Micro-política.
Abstract
In this paper I will concentrate in one of the questions that are to the base of the contemporary experiences of collective action which they emerge in the Chile of the post-dictatorship. We are talking about the problematic of fragmentation / individualization; phenomenon that almost crosses the totality of the speeches and the practices of the present proposals of collective action. They are the two answers or conclusions that in this respect appear; the first indicates that the present scene of the fragment appears like a horizon to surpass, other speaks to us of the fragment like possibility. Will be about this that we will lead ourselves in this article.
* Chileno, Sociólogo. Universidad de Concepción. Magíster en Estudios Latinoamericanos. Universidad de Chile [email protected]
Keywords: Fragmentation, Individualization, Social movements, Micro-politics.
Introducción
Si de las especificidades de las actuales experiencias de acción colectiva que se trazan en el Chile de la post-dictadura se trata, es que debemos concentrarnos en una cuestión ineludible al momento de su abordaje. Nos estamos refiriendo a la problemática de la fragmentación/ individualización, fenómeno que atraviesa la casi totalidad de los discursos y las prácticas de las actuales propuestas de acción colectiva. Será acerca de esto que nos abocaremos a continuación.
Instalados en esta problemática, es que nos hallamos con algunas de las conclusiones que Pedro Güell, en su calidad de coordinador ejecutivo del Informe de Desarrollo Humano del PNUD en Chile, ha llegado con respecto a los resultados que arroja dicho informe. Aquí se plantea que;
Nos encontramos con que la individualización de la vida personal forma parte de la promesa de autodeterminación moderna. Sin embargo nos encontramos con que en Chile tenemos un proceso de individuación extraordinariamente acelerado que no está siendo acompañado simultáneamente por la producción de las condiciones sociales para transformar esa individuación en más desarrollo de vínculos sociales.
(Güell, 2002: 290)
Lo anterior nos ubica en el eje más preciso a problematizar; a saber, en qué forma se vivencia un proceso de desintegración y debilitamiento del vínculo social. De cómo lo colectivo ha perdido su anclaje material y simbólico, que ya no encuentran soportes en los referentes habituales como el de escuela, la fábrica, el partido, Estado-Nación; pasando a ser ocupados por una negación del espacio público tradicional.
De este modo diremos que nuestro punto de partida es la constatación de que, y a un nivel macro-estructural, nuestra sociedad estaría atravesando por procesos de radicalización de formas de fragmentación social. Que entre sus rasgos, dos tendencias parecen tener especial impacto. Por un lado, los procesos de globalización en tanto flujo económico, comunicacional y cultural rompe con el espacio nacional de los procesos. El mercado, por el otro, entendido como esa mano invisible que garantizaría la regulación de la economía y la vida, no genera ni asegura la integración de lo social.
Como continuación de la anterior constatación vamos a plantear que, y en el nivel de constitución de una identidad del sujeto, la fragmentación se define como atomización de los individuos. Es así como hablaremos de proceso de individualización, que vamos a entender como la forma mediante la cual los actores sociales son responsables de sus propias biografías, disgregando las formas tradicionales de convivencia social. En síntesis, estamos desplegando el espacio de nuestras preocupaciones acerca de la desintegración social en dos momentos; el primero dice relación con la cuestión de la fragmentación social, la cual la vamos a inscribir a un nivel de constitución general de la sociedad. En segundo término nos encontramos con los procesos de individualización, que vamos a inscribirlos dentro de la problemática de constitución de identidad del sujeto que se construye y manifiesta al margen de lo colectivo. Es desde este modo que nos desplazamos en un escenario que aumenta el ámbito de la autonomía individual a la vez que disminuye la protección que brindaban las convenciones y normas sociales instaladas por la modernidad.
Estos serán dos de las matrices centrales de análisis de esta presentación. Sin embargo, es necesario clarificar la utilización conceptual de estos términos; en este sentido se sostendrá que aunque se comprenda que debemos inscribirlos en distintos niveles de los procesos sociales, la directa relación e imbricación con que se nos aparecen nos lleva a que la utilización que se hará de estos conceptos será de forma indiferenciada a través de la grilla fragmentación/individualización.
Hasta aquí la constatación, una especie de hechos de la causa. ^hora bien, lo que nos queda por dilucidar son las consecuencias y efectos que sobre las actuales prácticas de resistencia tendría este proceso de fragmentación/individualización. De momento son dos las respuestas o conclusiones que a este respecto se nos aparecen; la primera nos indica que el actual escenario del fragmento se nos presenta como un horizonte a superar, mientras que la segunda nos habla del fragmento como posibilidad.
De horizontes insuperables: archipiélagos, añicos y trizaduras Primera conclusión (La clausura)
La Modernidad se funda en la idea de que los desarrollos filosóficos, políticos, científico-técnicos permitirán que el hombre, desprendido de la tutela de dios, sea sujeto de si mismo y portador de proyectos emancipadores que aseguren la integración de la sociedad. Sin embargo, ni la civilización técnico-científica, la sociedad industrial, como tampoco el Estado-nación moderno han asegurado esta pretendida integración. Por el contrario, han generado nuevos escenarios, agentes y representaciones saturados de miedos e inseguridades que ponen en tensión las modernas instituciones de la sociedad.
Situación que el alemán Ulrich Beck (1998), va a conceptualizar como sociedad del riesgo. La sociedad del riesgo —va a sostener- es sin duda un producto del capitalismo. Los procesos de modernización generan sus propios riesgos, es decir, que ésta se vive como un proceso de radicalización en donde se rompen las certezas de la Modernidad. La modernización genera riesgos que no puede controlar; riesgos sociales, ecológicos, técnicos, familiares y corporales.
En relación con lo anterior, se va a plantear la necesidad de entendernos en el marco de las sociedades post-tradicionales, término que emplea Antonio Giddens (1996) para referirse a un tipo de sociedad en donde la autoridad ya no puede legitimarse mediante símbolos tradicionales. En éstas, el nuevo individualismo está asociado a la aniquilación de la tradición y de la costumbre en nuestras vidas, fenómeno altamente relacionado con el impacto de la globalización. Se produce una transformación de las significaciones colectivas y hay un quiebre que impacta en el proceso de individualización. Ahora la cohesión social ya no puede garantizarse mediante la acción social del estado ni mediante el apego de la tradición.
Es en estas sociedades, ya sean del riesgo, ya sean post-tradicionales, donde se produce el deterioro y descomposición de los magmas de sentido colectivo y de determinados grupos (por ejemplo, fe en el progreso, conciencia de clase) pertenecientes a la cultura de la sociedad industrial. De ahora en adelante todos los esfuerzos están centrados en la figura del individuo. El individuo se libera de las normas obligatorias y las estructuras dejan de ser determinantes; en tanto, los entornos culturales ya no son determinantes y el obrar del hombre no está condicionado o sujeto a normas fijas sociales.
Se entiende al individuo como actor, diseñador, malabarista y director de escena de su propia biografía, identidad, redes sociales, compromisos y convicciones. Individualización significa la desintegración de las certezas de la sociedad industrial y de la compulsión de encontrar y buscar nuevas certezas para uno mismo y para quienes carecen de ellas (Beck, 1998: 205)
En suma, el motor del cambio social es la individualización. Los hombres deben entender su vida, desde ahora en adelante, como estando sometida a los más variados tipos de riesgo, los cuales tienen un alcance personal y global. El individuo está obligado a vivir de una manera más abierta y reflexiva que las generaciones anteriores. 1
1 Será el francés Robert Castel (2004) quien planteará una enérgica crítica a estos planteamientos. Esto en dos sentidos; en primer lugar, respecto a la validez en los modos de abordaje de la problemática del riesgo;
Este repliegue hacia lo particular es lo que también encontramos en el Poder de la identidad del español Manuel Castells, segundo volumen de su ya clásica trilogía La era de la información (1997). Aquí se puede apreciar cómo es que desde el reclamo por expresiones particulares de identidad, los nuevos movimientos sociales desafiarán al discurso civilizatorio globalizante. Ya no es el contexto más general del Estado-nación, de la sociedad civil, como tampoco el de estructuras de clases el que moviliza a los nuevos movimientos sociales, sino que, de ahora en adelante, serán sólo aquellas diversas fuentes particulares de sentido, que siguiendo los contornos de cada cultura, las que están a la base de las movilizaciones.
Frente a la reconfiguración de la organización social moderna, es que se han experimentado expresiones de una identidad colectiva que desafían a la globalización en nombre de la singularidad cultural y del control de la gente sobre sus vidas y entornos.
Estas expresiones son múltiples, están muy diversificadas y siguen los contornos de cada cultura y de las fuentes históricas de la formación de cada identidad. Incluyen los movimientos proactivos que pretenden transformar las relaciones humanas en su nivel más fundamental [...] pero sobre todo un conjunto de movimientos que se construyen como trincheras de resistencia (Castells, 1997: 24)
La pertinencia del análisis de Castells tiene que ver fundamentalmente con el hecho de que en la oposición globalización e identidad podemos ubicar el fenómeno de la fragmentación/individualización. Comprobándose una directa imbricación entre la perdida de los vínculos sociales -expresado por la prioridad que se le asigna a las particularidades identitarias- y la conformación de los contemporáneos movimientos sociales. A partir de la desarticulación de la sociedad civil como espacio de la cohesión
en segundo lugar, respecto del sujeto político que se desprende de la lectura realizada por éstos. En relación a los modos de abordaje, Castel se pregunta si los riesgos son un componente intrínseco de una sociedad de individuos o, por el contrario, son producto de elecciones económicas y políticas cuyas responsabilidades hay que establecer. Asimismo, sería inexacto plantear, como lo hace Beck, que los riesgos atravesarían democráticamente -cuasi metafísica de la 'irresponsabilidad compartida- al conjunto social. Prueba de ello es que las industrias más contaminantes afectan a los países y sociedades más precarizadas. En relación al sujeto político que se desprende de estas lecturas; para el francés la insistencia puesta en la proliferación de los riesgos corre pareja con la celebración del individuo aislado. Es así como, en versión de Giddens, si los riesgos se multiplican hasta el infinito y si el individuo está sólo para hacerles frente, éste debe asegurarse a sí mismo. Lejos de esto, Robert Castel sostendrá que al ubicar las responsabilidades que están en el origen de los daños propios de la sociedad de riesgo, se participa de un campo de acción conformado por sujetos adscritos a inserciones colectivas.
social, se da paso a un estallido de partículas movilizadas en torno de su especificidad. Dando cuenta de la poca capacidad de comunicación que existe dentro de los emergentes movimientos sociales, los cuales encerrados en sus trincheras de resistencias, han visto dificultada la capacidad de generar una semántica que los comunique con otras identidades.2
Son a conclusiones similares que ha arribado una parte importante de la intelectualidad chilena. De este modo nos encontramos con que ya en 1987, en el marco del seminario "Movimientos sociales urbano-populares y procesos de democratización", cuyas actas fueron publicadas en la revista Proposiciones, la fragmentación social es un fenómeno reconocido, a partir de lo cual las apreciaciones sobre las consecuencias que esta situación tendría sobre los movimientos sociales no se hacen esperar.
Teniendo como trasfondo el desplazamiento del enfoque económico-estructuralista, Eugenio Tironi (1987), en la introducción al texto compilatorio, dará cuenta de cómo el fenómeno de la marginalidad recupera su centralidad, incorporando esta vez nuevas variables de análisis y ejes de problematización; permitiendo realizar la triangulación entre marginalidad, transición y los estudios sobre movimientos sociales.
La marginalidad se la entiende, de ahora en más, sujeta a presiones contradictorias, y simultáneas, de inclusión y exclusión. No existiendo un mundo marginal excluido de la sociedad moderna, homogéneamente rezagado, los grupos pobres urbanos, en el plano económico-ocupacional tanto como en el plano cultural, están parcial y diversificadamente integrados (o excluidos) de la sociedad. Lejos de ser un proceso más o menos uniforme de integración social, se asume la tendencia universal a la fragmentación de la estructura social. Donde uno de sus correlatos vendrá a ser la prevalencia de conductas adaptativas individuales, vía subempleo e informalidad.
2 La propuesta de Castells es, gran medida, depositaria de la tradición de pensamiento inaugurada por Alain Touraine. Así nos encontramos con que para este último, en el contexto de crisis de la sociedad moderna y de los movimientos sociales propios de aquel periodo, las actuales modalidades de acción colectiva están directamente al servicio de los derechos del sujeto individual. Es a esto que se refiere cuando plantea el 'retorno del actor', noción paradigmática que revelaría la existencia de un sujeto que autónomo que no está al servicio de ninguna gran causa, solamente al servicio de su individualidad (Touraine, 1997). No obstante, más importante aún, ambas propuestas se encuentran en aquel lugar que define a los movimientos sociales a partir de tres requisitos básicos: poseer una identidad, contar con un adversario y poseer un proyecto social general. Si bien, en las caracterizaciones que hacen ambos autores se cumplen los dos primeros requisitos (identidad y adversario), no obstante, se constata la ausencia del tercer aspecto (proyecto social general). Siendo a partir de estas premisas que ambas lecturas, al insistir en la falta de un proyecto general (sentido de totalidad que es intrínseco del proyecto moderno que el propio Touraine reconoce en crisis), no logran dar cuenta de las reales capacidades de politización y transformación social que las actuales prácticas de acción colectiva comportan. Asumiendo, en el caso de Castells, que éstas, al replegarse sobre lo identitario, tendrían objetivos sociales débiles, definiéndose fundamentalmente como trinchera reactivas de resistencia.
Es desde acá que se va a verificar un espacio poblacional, actores protagonistas de la acción colectiva antidictatorial, fuertemente estratificado y dividido, lo que impide hablar de una identidad cultural y una acción política unitaria. Todo lo cual, producto de las limitaciones inherentes a este espacio fragmentado, redundará en la incapacidad de los movimientos sociales para participar de los procesos de transición que estaban por iniciarse.
. la transición es un tiempo o momento eminentemente político e institucional y, por lo tanto, constituye un escenario apto para los partidos no para los movimientos sociales [...] Sería necesario, entonces, reconocer la transición como un momento político, que requiere (una momentánea) desarticulación entre lo político y lo social. (Tironi, 1987:
17)
Coincidiendo y compartiendo tribuna con Tironi, para Manuel Antonio Garretón (1987) la importancia de las grandes movilizaciones que se desarrollaron desde 1983 permitieron superar los miedos y traumas, desmintieron el intento militar de hacer desaparecer los actores colectivos, reintrodujeron el espacio político en la sociedad, obligaron a concesiones del régimen en algunos campos. Sin embargo, en gran parte producto de los procesos de fragmentación que atravesaban, estas movilizaciones no fueron suficientes para originar actores sociales autónomos de relativa fuerza, ni lograron cumplir las expectativas que se le asignaron a desencadenar un proceso de transición. Para Garretón la 'transición invisible' fue incompleta y no se transformó en 'transición formal'. Precisando que en los procesos de transición las demandas sociales o las demandas por transformación, tienen que quedar subordinadas a las exigencias de orden político.
Más de una década más tarde, continuando su énfasis en la preeminencia del Estado -sitio privilegiado de lo político- y del sistema partidista -en último término, única actoría válida- en desmedro del rol y relevancia de los movimientos sociales, nos encontramos con que el sociólogo chileno vuelve a reconocer los procesos de fragmentación social y sus consecuencias sobre los movimientos sociales.
Las transformaciones socio-económicas de las últimas décadas y los cambios culturales y políticos han modificado profundamente el panorama de los actores sociales. Hoy la exclusión parece adquirir el carácter de ghettos separados de la sociedad.Los sectores excluidos están fragmentados y sin vinculación entre ellos, lo que dificulta enormemente cualquier acción colectiva. (Garretón, 2000: 140)
En definitiva, a partir del derrotero que hemos venido siguiendo -'teóricos de la fragmentación' se les podría denominar- logramos apreciar la transformación de las coordenadas materiales de la vida, el espacio y el tiempo que fueron los cimientos de las sociedades modernas. Concluyendo la existencia de un proceso de desintegración y debilitamiento del vínculo social. En este sentido, al momento de abordar la temática de los movimientos sociales, todas estas propuestas teóricas no han dejado de considerar las dificultades o, más bien, las imposibilidades que la fragmentación social representa respecto a la acción social.
El hombre es hijo de su tiempo. Los nuevos movimientos sociales también. Herederos son de un tiempo en que se vivencia efectivamente un proceso de desintegración y debilitamiento del vínculo social. De modo tal que será desde los propios movimientos sociales que se reconoce el lugar de la fragmentación e individualización. Deshojados los textos que eran los lugares comunes de convergencia, desmantelada la clase como concepto aglutinador, de ahora en adelante el preocuparse por la sobrevivencia de la propia orgánica concentra todos los esfuerzos, postergando así cualquier proyecto de sociedad. Los intentos por superar esta situación no han sido pocos, se ha probado con Alianzas, Coordinadoras, Frentes, Asambleas, Escuelas de verano, etc.
La problemática de la fragmentación está a la base de la constitución de los nuevos movimientos sociales, tanto es así que en el nivel de proyecto político aparece recurrentemente la noción de articulación. La urgencia es tratar de ir rompiendo el parcelamiento, ir generando los momentos del diálogo y el reconocerse como distintos pero apuntando en la misma dirección. Asimismo la resistencia a la fragmentación comienza a transformarse en una de las plataformas de lucha de los actuales movimientos sociales (Pincheira, 2003).3
3 Todo lo cual queda de manifiesto a través de algunas de las entrevistas, que siendo parte de la investigación desarrollada en el año 2003, reproducimos a continuación:
Angel del Colectivo Anarco Comunista CUAC: "Existe parcelación y se está avanzando en el romper estas prácticas. Dentro de la necesidad de ir avanzando en la reconstitución como pueblo, así se ve que las demandas populares son transversales que alcanzan a todas las personas que están en condición de pobreza en esta sociedad."
Carlos de los Grupos de Acción Popular GAP: "Yo creo que la urgencia es, justamente, salir de la parcela de la reivindicación sectoriales Yo creo, que en definitiva, la urgencia o la etapa o la lectura del periodo que podemos dar es que forma vamos avanzando en la conexión de estas reivindicaciones y de estas luchas más parceladas."
Mario del colectivo cultural Perro Muerto: "Creo que la población en general está absolutamente parcelada e individualizada en término de los sujetos, de la negación un poco de los procesos colectivos. La única manera de romper con esas posibilidades es mostrar la efectividad del estar juntos."
Oscar del grupo de objetores de conciencia Ni casco Ni uniforme: "El enemigo es potente, es poderoso, entonces esos discursos son bien recibidos; esos programas de políticas publicas que te invitan a poner rejas, que
En resumen (o para terminar lo que recién comienza), pareciera ser que la urgencia es tratar de ir rompiendo el parcelamiento, ir generando momentos de diálogo y reconocerse como distintos pero apuntando en la misma dirección. La resistencia a la fragmentación comienza a transformarse en una de las plataformas de lucha, esa es la experiencia de la toma cultural, de los encuentros, de los ampliados, de las asambleas, de los cordones de educación popular, de los congresos, de los foros de Porto Alegre. Estos son los aspectos que estarían presentes a cada momento en que nos interrogamos acerca de las actuales configuraciones políticas. Serán, pues, estos los lugares que parecen configurar aquel horizonte insuperable, y donde al final de la jornada se parece terminar en el mismo lugar en que se comienza.
Las posibilidades del fragmento. Segunda conclusión (No definitiva) Avatares de la modernidad: crisis de la dupla Estado/Pueblo
Lejos de cualquier lectura que lo pretende ubicar como una entidad primigenia, el Estado es producto de las fuerzas, tensiones, acuerdos y desacuerdos que se gestan al interior de lo social. En este sentido argumental, tenemos que Gabriel Salazar y Julio Pinto van a sostener, y haciendo alusión a una concepción frecuente en cierta tradición historiográfica, que:
Para muchos, el Estado no es una 'construcción histórica' o un artefacto producido por la sociedad, sino más bien, una entidad cuasi metafísica y supra-social que, como un Demiurgo, fabrica la sociedad, reduce la ciudadanía a un permiso jurídico y monopoliza el protagonismo histórico (Salazar y Pinto, 1999:19)
En este mismo sentido, de la historización de lo social, diremos que la modernidad se estructura a partir de dos soportes fundamentales; el aparato Estado y la noción de Pueblo. Sin embargo, vamos a plantear que en nuestra contemporaneidad se asiste a la puesta en cuestión de ambos soportes. Puesta en cuestión desde el momento que las actuales experiencias de acción colectiva, en tanto prácticas de resistencia, trazan líneas de fuga respecto de ambos soportes fundantes.
te invitan a cercarte.. Entonces te van desvirtuando de tú propia historia, te desconectan de la memoria histórica. Te van metiendo el discurso de la individualidad de la no participación, de la apatía".
En primer lugar (respecto del Estado). La Modernidad podría ser conceptualizada como una serie de prácticas orientadas hacia el control racional de la vida humana. Es en este sentido que se requiere de una instancia central a partir de la cual sean coordinados estos mecanismos de control. Y esa instancia central es el Estado. Es el Estado, entonces, quien canaliza y reconduce los deseos y los intereses de los ciudadanos hacia metas definidas por él mismo (Castro-Gómez, 2000: 147).
En lo que respecta específicamente al caso chileno, es María Angélica Illanes quien describe un siglo XIX donde el Estado se compromete en una acción por el ordenamiento del cuerpo en función de cierto comportamiento, que supuestamente es el civilizado y no el bárbaro. Lo que en el fondo significa una domesticación en determinado orden de la civilización y su compostura, que tiene que ver con el destierro, en Latinoamérica y en Chile, de una serie de acciones consideradas incivilizadas (Illanes, 2003: 30)
Pues bien, será este Estado-nación, que comienza a germinar en los albores de la modernidad, el que hoy se ve enfrentado a fuertes procesos de crisis y debilitamiento. Será, pues, sobre el terreno y el contexto de este Estado-nación en crisis que, a nuestro entender, se estarían desplegando toda una serie de distanciamientos por parte de las nuevas propuestas de acción colectiva. En definitiva, nos encontramos con el Estado-nación, heredero ilustre de los procesos modernizadores europeos, modificado en el actual contexto de globalización, ya no puede ser como el espacio privilegiado donde confluyan las nuevas prácticas de acción colectiva.
Estado- Nación en crisis, lógica de la delegación, de la representatividad en cuestión; las nuevas propuestas de acción colectivas que vemos emerger en el último tiempo, exceden y desbordan el campo de la institucionalidad soberana puesta en marcha en los albores de la Modernidad. Los discursos y las prácticas de estas nuevas agrupaciones ya no se inscriben necesariamente al interior de una lógica que entiende lo político como esa pugna por habitar al poder en su configuración estatal. De esto se desprende la necesidad de cartografiar a los nuevos movimientos sociales en otra hoja de ruta. Las actuales prácticas de acción colectiva, al poner en cuestión los preceptos clásicos de cómo entender lo político y las nociones clásicas de ciudadanía, con las cuales se vinculaba, vienen a agudizar la constatación de una crisis, que desde distintos lugares y con distintas tonalidades se viene anunciando.
En segundo lugar (respecto al Pueblo). En directa relación con la noción de soberanía estatal, es que surge la figura del Pueblo. El concepto de pueblo, proclamaba Thomas Hobbes en los inicios de la Modernidad, está estrechamente ligado al de Estado. El pueblo es algo que tiene que ver con lo uno y que delega en el Estado toda capacidad de decisión. Será en contra de esta categoría de unidad-pueblo que surge el concepto de
multitud. Concepto repulsivo para Hobbes. La multitud, según Hobbes, rehúye la unidad política, es resistente a la obediencia, no establece pactos duraderos, no transfiriendo nunca sus derechos a ningún soberano. (Virno, 2003: 13)
Al italiano Paolo Virno le interesa demostrar que lo que ha sido borrado por las corrientes históricas triunfantes aún persiste. El espacio público de la Modernidad pudo estar formado tanto por la multitud como por el pueblo, siendo la figura de pueblo la que triunfaría, sin embargo, para Virno la figura de la multitud vuelve a emerger; el sujeto del actual ciclo de luchas sociales sería la multitud. La multitud reaparece como resultado de la crisis de representatividad del Estado-nación, crisis de la sociedad del trabajo. Dando paso a formas post-fordista de producción en donde, tanto dentro como fuera de la fabrica, las más inherentes capacidades de lo humano son apropiadas por el capital (Virno, 2003:16).
Ahora bien, sin duda que al momento de describir la trayectoria de los movimientos sociales, inscribimos a éstos al interior del proceso de la modernidad; la cual se forjó en una dimensión importante, tal como hemos mencionado, a partir del soporte pueblo. Será, entonces, desde ese lugar de enunciación que hace sentido gran parte del reclamo -tanto desde los propios movimientos sociales, como de la teoría social- por la falta de unidad y la inexistencia del programa común.
No obstante, hoy en día, cuando logramos apreciar que las emergentes prácticas de acción colectiva exceden el reducido espacio de lo estatal, también logramos apreciar la pérdida de validez de los discursos que apelan a ese restringido espacio de lo unitario. Hoy asistimos al derrumbe de los soportes de lo que se denominó Modernidad, esos soportes fueron los que garantizaron la unidad del pueblo. En nuestra contemporaneidad se asiste a la explosión de nuevas subjetividades y prácticas de acción colectiva que no pueden ser contenidas bajo la figura uniforme de Pueblo, la representatividad tutelar del Estado, como tampoco al encuadre disciplinante del Partido.
En este punto nos encontramos con que lo que define a los emergentes movimientos sociales de principios del siglo XX es la preeminencia de disparidades, las cuales no necesariamente reconducen su acción hacia la institucionalidad estatal/partidista. Es así como podemos leer el registro que realiza el historiador Mario Garcés. Dando cuenta de un movimiento social/popular que confía más en sus propias fuerzas que en la acción social del Estado. Los movimientos sociales populares de principios de siglo tendieron rápidamente a politizarse... Al hacerlo, rechazaron la política de los partidos denominados 'históricos' (conservadores, liberales, radicales, etc.). Debieron, en consecuencia, avanzar en la configuración de una política propia. (Garcés, 2003: 83)
Esta política popular que emerge fue el producto de la acción organizativa que protagonizaron los propios actores sociales. Sin embargo, este emergente movimiento popular, en un principio tan prominente en disparidades, con el transcurrir del siglo vendrá a confluir en una nueva unidad de sujeto. Será de este modo, que bajo las figuras del proletariado y del partido, vendrán a difuminarse otras figuras de cambio social. De manera tal que en la estructura de burguesía v/s proletariado, quedarán supeditadas el conjunto de las otras posiciones de sujeto que surgen a principio de siglo.
La Modernidad se constituye como discurso y práctica política que se monta sobre la unidad. Apuntando de este modo a la construcción del sujeto de la identidad, sobre cuyos hombros se yergue, de igual manera, toda una estructura de gobierno unitaria y centralizada. Esta sería genealogía del sujeto moderno, sujeto auto-centrado que se atribuye la capacidad de dirigir la historia desde su propia iluminación racional. Figura que, en versión de María Angélica Illanes: "se prolonga hacia el marxismo re-encarnado en el sujeto clase obrera-vanguardia, conductor de la historia, hasta llevar a la humanidad al feliz reino de los iguales". (Illanes, 2005: 100)
Sin embargo, esta construcción de sujeto tendría poca relación con los sectores populares latinoamericanos, sujetos que escapan a la atribución rígida de la identidad, los que no se constituyen en una sola presencia, ni como una sola voz, sino que emergen desde una diversidad de rostros, expresión de sus diferentes incardinaciones históricas. De modo que en Latinoamérica es la propia emergencia de los sectores populares lo que constantemente, tal como apreciábamos con el movimiento popular de principio del siglo XX, ha puesto en cuestión al sujeto único, quienes desde la condición de pluralidad han roto el monopolio y unicidad de dicho sujeto. Lo que estos sectores han hecho, especialmente en las últimas décadas y al emerger desde distintas hablas y movimientos, es perforar y romper el monopolio del sujeto europeo autocentrado, tanto del sujeto burgués, como del sujeto clase-obrera. (Illanes, 2005: 100)
A la luz de los párrafos anteriores, constatamos que los movimientos sociales han empujado los procesos de desmonte de los soportes homogeneizantes de la modernidad. Es en este sentido que el reclamo por la fragmentación social e individualización, lugares comunes, tal como hemos podido apreciar, tanto para la teoría social como para la acción colectiva, deberá ser superado para dar paso a una lectura y a una práctica que vislumbre las posibilidades que se abren cuando se resquebraja esa construcción de unidad- borramiento- de-la-disp aridad.
Con la mirada hacia adentro, con los ojos adentro: las luchas micropolíticas
La pregunta obvia que surge a estas alturas sería la siguiente; ¿Cómo transformar la fragmentación social, que hasta el momento sólo parece entorpecer el desarrollo motriz de las actuales construcciones políticas en el Chile de la post-dictadura, en una situación que potencie el desarrollo de éstas?
En este punto, y antes de intentar dar respuesta a esta interrogante, debemos reconocer que al momento de hablar de fragmentación, ésta se nos aparece teñida de negatividad. Dos son las dimensiones que nos interesa abordar respecto de esta negatividad. En primer lugar, vamos a sostener que la explosión del fragmento o los procesos de neo-tribalización, como diría el francés Michel Maffesoli (2002), o la revolución molecular, como diría Felix Guattari (1995), son el rostro visible de la crisis de aquellos soportes de la modernidad que se afincaban en la idea de unidad-pueblo-estado. En este sentido la negatividad atribuida al emerger del fragmento tiene que ver fundamentalmente con el desconocido escenario frente al cual nos hemos visto expuestos luego del quiebre de los preceptos sobre los cuales se monta la idea moderna de comunidad.
No obstante, y esta es la segunda dimensión desde donde abordar la negatividad del fragmento, nos encontramos con que efectivamente estos procesos de fractura del mapa social han venido acompañados de un individualismo exacerbado. A pesar de esto, vamos a plantear que los procesos de neo-tribalización no necesariamente son los responsables del episodio de aislamiento e individualismo que atraviesa nuestra sociedad. No, el individualismo exacerbado debe ser explicado, entre otras causas, ya sea desde la libre competencia del capital (que privilegia relaciones de competitividad por sobre cualquier otro tipo de relación), o desde las políticas del miedo al otro que vemos difundirse constantemente los centros de poder (con su consecuente estela de desconfianza aparejada).
Expuesto lo anterior, estamos en condiciones de esbozar una posible respuesta acerca de cómo transformar los procesos de fragmentación social en una situación que potencie el desarrollo de las nuevas propuestas de acción colectiva. En relación a esto es que nos encontramos con que en la introducción de su investigación acerca de la Violencia Política Popular en Chile (2006), Gabriel Salazar sostiene que la oposición entre el generalismo abstracto condensado en el Estado, y la particularidad conflictiva de las clases populares, configuraría para Salazar el principal problema político de la sociedad chilena, y no la oposición entre dictadura militar y gobierno democrático representativo. Para Salazar, de este modo, el problema de fondo consistente en la incapacidad endógena del Estado para representar la conflictividad del pueblo como conjunto de particularidades sociales en movimiento.
Será, entonces, esa misma particularidad conflictiva de las clases populares la que hoy, bajo la figura del fragmento, se nos aparece a la base de los procesos de desarrollo de las nuevas propuestas de acción colectiva que se despliegan durante la post-dictadura. Es por este motivo que la posibilidad de ejecutar reales procesos de empoderamiento, pasa por el fortalecimiento de esta particularidad descentrada que rehúye ser condensada y homogeneizada por el Estado. Las actuales propuestas de acción colectiva deberán averiguarse a si mismas, asumiéndose portadores de una potencia inagotable e irreprimible.
...el pueblo que hace historia no consiste sólo en los sin-propiedad atacando a los con-propiedad, los sin-Estado utilizando el Estado de otros, los que son nada destruyendo [a] los que son todo. El pueblo no está forzado a ocupar sólo los espacios (...) apropiados de su enemigo, sino, fundamentalmente, los espacios libres e inalienables del pueblo mismo. Es decir, no debe trabajar TANTO o SOLO la idea de expropiar al enemigo, COMO el desarrollo de su propia afirmación como pueblo. (Salazar y Romero, 1982: 74).
La potencia transformadora de las prácticas de resistencia en el Chile de la postdictadura no reside en los efectos que ellas provocan sobre el adversario neoliberal (prácticamente nulos hasta el momento), sino en los efectos que provocan sobre si mismas. Siendo posible pensar que uno de los rasgos más significativos de esta afirmación de sí mism@s, se juega en el reemplazo de los modelos políticos representativos a los modelos de autorepresentación colectivo.
En esta línea argumental, nos encontramos con los resultados de una investigación que buscaba caracterizar las actuales modalidades de la acción colectiva en la juventud chilena. Teniendo como titulo Organizaciones Juveniles en Santiago de Chile. Invisibles_Subterráneas (Gamboa y Pincheira, 2009), a través de este estudio se aprecia la emergencia de agrupamientos juveniles del tipo micro-político. Estas nuevas prácticas, al igual que lo que hemos conocido como nuevos movimientos sociales, también son herederos del Mayo 68y coinciden con éstos en la casi totalidad de sus definiciones. Pero a diferencia de los nuevos movimientos sociales, estas prácticas micropolíticas insisten en aquel aspecto que dice relación con una politización de la vida cotidiana y del ámbito privado. Es en este sentido que su propuesta apunta a la constitución tanto de nuevos modos de ser-en el-mundo-individuales (a la manera de constitución de nuevas subjetivaciones), como de nuevos modos de estar-en-el-mundo-colectivos (a la manera de constitución de nuevas sociabilidades).
De esta modo, lo que vemos emerger son luchas ético/estéticas. Luchas éticas en tanto son formas de ser en el mundo las que se ponen en juego. Siendo el devenir cotidiano el lugar de disputa y de empoderamiento, las cuales no apuntan necesariamente a confluir hacia el espacio de la soberanía estatal, como tampoco se convocan desde los discursos que pretenden modelos de sociedad totalizantes.4
Pero estas luchas también son estéticas, en tanto no son sólo modos de conciencia (falsa o verdadera conciencia) las que están puestas en juego, sino que, desde el instante en que es el devenir cotidiano el lugar de disputa y de empoderamiento, será la corporalidad en su integralidad y sus puestas en escena lo que efectivamente se pone en juego en estas luchas micropolíticas. Es así como en el actual ciclo de la luchas sociales, los aparecimientos, las formas, las imágenes, las puestas en escenas, las intervenciones sobre el cuerpo/piel, las perfomances callejeras de las tribus urbanas, aparecen a todas luces, como siendo parte de un conjunto de prácticas estético/políticas.5
No obstante lo anterior, surge la pregunta sobre cuáles son los grados de afectación de estas prácticas sobre lo social y su campo institucional. Será en este que, tanto nuestra propia investigación, como el conjunto de la sociedad chilena, se vieron remecidos por la irrupción del movimiento de estudiantes secundarios de mayo del 2006. Será precisamente la Revolución Pingüina6 la que nos proporcionará las claves interpretativas
4 Se podría sostener que habrían dos momentos en que los feminismos aparecen como fundantes de este desplazamiento hacia las luchas ético/políticas. El primero se vincula a la instalación en el debate de "Lo privado es político" y "Democracia en el Estado y en el hogar". A partir de estos enunciados, que buscando materialización en el espesor de lo real, o al menos incriptándose en la memoria colectiva, se anota claramente esta vocación por la cotidianidad de la lucha política. El segundo momento nos refiere la cuestión de los métodos anticonceptivos. Es así que en las luchas por la masificación de la anticoncepción, podemos leer cómo, en la cuestión de la reproducción y el manejo de la propia sexualidad, existe un opción ética/política desde el momento que son quienes comparten la cotidianidad del yo quienes deciden sobre la propia sexualidad. Decisión ética/política que se transforma en lugar de disputa y de empoderamiento; disputa desde el momento que enfrenta a los espacios oficiales que pretenden la dirección la sexualidad; empoderamiento desde el momento en que me doto de la capacidad de optar que hacer y que no hacer con ella.
5 Será precisamente a partir de la erupción de los feminismos que se revela la importancia del cuerpo y la necesidad de re-ubicarlo al interior de relaciones sociales. El cuerpo, especialmente el cuerpo de mujer, ya no se nos aparece como un compuesto orgánico que se desarrolla con independencia de los avatares de lo social. Por el contrario, el cuerpo es el lugar de enquistación de significaciones, interpretaciones, juegos de poder que lo entienden y lo ubican en distintas posiciones de subordinación. El cuerpo al ser inscrito en lo social (y siendo tensionado por las relaciones de poder que cruzan a éste) aparece como campo de disputa y de empoderamiento; disputa en tanto debe enfrentarse a las ideologías, técnicas y tecnologías que intentan disciplinarlo para normalizarlo y hacerlo productivo; campo de empoderamiento en tanto territorio abierto re-significaciones e intervenciones. Cuando el territorio moderno, y todo su institucional socializadora, se desmorona, pareciera que es el cuerpo uno de las nuevas regiones a ocupar.
6 Sobre el movimiento secundario y la Revolución de los Pingüinos, ver: Garcés, Mario. Gamboa, Andrea. Pincheira, Ivan. Me gustan los estudiantes, 2006.
que nos permitirán responder a la cuestión acerca de si estas prácticas micropolíticas son capaces de afectar al conjunto de lo social y su campo institucional.
De este modo nos atrevemos a señalar que efectivamente estas luchas micropolíticas efectivamente llegan a afectar el espacio mayor de lo social. Por cuanto son justamente quienes participan de estos agrupamientos: ocupas, gays, lesbianas, animalistas, objetores de conciencia, los seguidores de animación japonesa, colectivos culturales -a quienes veníamos siguiendo por más de un año- los que llegaron a conformar el grueso de los estudiantes movilizados. Serán justamente esos agrupamientos micropolíticos, que no sosteniendo necesariamente un discurso sobre la totalidad, el campo de ensayo de la revolución pingüina. Es acá donde los secundarios ya venían cuajando una practica de la no representatividad, de la horizontalidad, del trabajo en asambleas, de la relación con los medios de comunicación, con las autoridades de gobierno, de la comunicación vía chat, coordinación de marchas a través de mensajería celular, información de acuerdos por blogs. Serían en los espacios invisibles de la cotidianidad donde se cuajó la irrupción del Mayo chileno.
Con todo, y para finalizar, hemos podido constatar cómo las nuevas propuestas de acción colectivas que vemos emerger en el último tiempo, exceden y desbordan el campo de la institucionalidad soberana puesta en marcha en los albores de la modernidad. Sin embargo, no se trata de cantar vítores ingenuos acerca del desmantelamiento de los soportes que fijaban y sostenían al proyecto de la modernidad. Si asumimos que las nuevas propuestas de acción colectivas que vemos emerger en el último tiempo exceden, desbordan y des-habitan el campo de la soberanía puesta en marcha en los albores de la modernidad, de inmediato debemos interrogarnos acerca de cuál es el nuevo espacio público a habitar; hacia dónde podrían desembocar estos nuevos modos de ser-en el-mundo-individuales, a la manera de constitución de nuevas subjetivaciones y nuevos modos de estar-en-el-mundo-colectivas, a la manera de constitución de nuevas sociabilidades. En definitiva, debemos interrogar a estos nuevos actores acerca de cómo cuajan, cuales son los grados de afectación de lo social de estas particularidades conflictivas y descentradas que hoy emergen bajo la figura del fragmento.
Recibido: 6 junio 09 Aceptado: 16 agosto 09
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