Научная статья на тему 'El socialismo latinoamericano y su rescate del pasado'

El socialismo latinoamericano y su rescate del pasado Текст научной статьи по специальности «История и археология»

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INTERNACIONAL COMUNISTA / ESTALINISMO / SOCIALISMO LATINOAMERICANO / SOCIALISMO DEL SIGLO XXI

Аннотация научной статьи по истории и археологии, автор научной работы — Meschkat Klaus

¿Cómo pensar el socialismo en América Latina en el presente? ¿Qué lugar tiene en este trabajo el pasado de su trayectoria? ¿Estamos frente a un modo maniqueo de su representación? Acudiendo a la reflexión sobre determinadas características que asumió su presencia durante el siglo XX, nos proponemos aquí problematizar los modos de interpretación que ahora se hacen presentes, en especial por parte de quienes enarbolan el diseño del llamado “socialismo del siglo XXI”

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Текст научной работы на тему «El socialismo latinoamericano y su rescate del pasado»

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El Socialismo Latinoamericano y su rescate del pasado Latin American Socialism and its rescue from the past

Klaus Meschkat**

Resumen

¿Cómo pensar el socialismo en América Latina en el presente? ¿Qué lugar tiene en este trabajo el pasado de su trayectoria? ¿Estamos frente a un modo maniqueo de su representación? Acudiendo a la reflexión sobre determinadas características que asumió su presencia durante el siglo XX, nos proponemos aquí problematizar los modos de interpretación que ahora se hacen presentes, en especial por parte de quienes enarbolan el diseño del llamado "socialismo del siglo XXI"

Palabras clave: Internacional Comunista; Estalinismo; Socialismo latinoamericano; Socialismo del siglo XXI

Abstract

How could socialism in Latin America today? What place does this work last of his career? Are we facing a manichean mode of representation? Going to reflect on certain characteristics assuming his presence during the twentieth century, we propose here problematize modes of interpretation are present now, especially by those flying the design of the "socialism of the XXI century"

Keywords: Communist International, Stalinism, socialism in Latin America; XXI Century Socialism

Casi siempre los revolucionarios piensan que la victoria sobre sus oponentes significa una ruptura total con toda la historia anterior. En el mejor de los casos admiten la existencia de

una prehistoria lejana cuyos protagonistas son evocados como precursores de su propio

*

Comunicación expuesta en el seminario andino "Democracia, Participación y Socialismo",

Fundación Rosa Luxemburg, Quito, junio 2010

**

Alemán. Doctor en Historia (Universidad Libre de Berlín, 1965). Enseñó sociología en Berlín (1965-68), Nueva York (1968-69), Medellín/Colombia (1969-71) y Concepción/Chile 1973). Desde 1975, Profesor Titular en el Instituto de Sociología de la Universidad Leibniz de Hannover, especializando en estudios latinoamericanos. Jubilado 2001. Proyectos de investigación sobre movimientos sociales en Nicaragua (198486), Chile y México (1989-92) y Cuba (1996-99). Desde 1999 Co-director de un proyecto ruso-alemán en cooperación con el archivo de la Komintern en Moscú que culminó en la publicación de un manual biográfico de la Komintern en 2007. Dirección: Asternstr. 41 30167 Hannover; meschkat@ish.uni-hannover.de

proyecto político. Fue así que la Revolución Francesa acudió a la Roma antigua, es así que los socialistas y comunistas alemanes se refirieron a los combatientes que sucumbieron ante los poderes antiguos en las guerras campesinas del siglo XVI. De manera similar, los representantes actuales de los gobiernos de izquierda de América Latina evocan a grandes precursores: Hugo Chávez, obviamente a Simón Bolívar; Evo Morales, entre otros, a Tupac Katari y Bartolina Sisa, dirigentes de los levantamientos del siglo XVIII contra la colonia española, Rafael Correa, a Eloy Alfaro.

Sin embargo, la relación de la política de izquierda con su propia historia no puede limitarse a celebrar y apoyarse en los grandes modelos. Carlos Marx se refirió más bien irónicamente a los revolucionarios que se engalanaban y paseaban orgullosamente con los ropajes de épocas pasadas. También habló de la carga de la historia:

La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado1

Marx recomendó en ese entonces que la revolución social por venir debería dejar bajo tierra a sus difuntos y no alimentar su poesía con el pasado, sino con el futuro. Los socialistas y comunistas de hoy no podemos seguir esta recomendación sin más, porque en su lucha contra el orden de la burguesía debemos cargar con un peso ignorado aún por Marx: La carga del llamado socialismo "realmente existente" del siglo 20 que generó, abusando del término "socialismo", nuevas formas de explotación y opresión.

¿Qué papel juega entonces hoy esta historia para los gobiernos actuales de América Latina que se identifican con un antiimperialismo de izquierda y anuncian su deseo de realizar un nuevo proyecto "socialista"? Los que se sirven, en forma responsable, de determinados términos y palabras, deben conocer la historia de los mismos. Si hoy en día un partido se denomina "comunista" está, de hecho, ligado con la historia del movimiento comunista y debe asumir con conciencia esta grave herencia. Los que anuncian un socialismo del siglo XXI, deben tener una idea de lo que hizo fracasar el socialismo del siglo XX. Y si se proclama una nueva Internacional, habría que decir en qué se diferencia de la III Internacional, disuelta sin pena ni gloria por Stalin en 1943.

Desde sus comienzos, el movimiento revolucionario de América Latina se sintió inspirado por el ejemplo de la Revolución de Octubre a pesar de que se debería, en este contexto,

1 Karl Marx, El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte., MEW 8, p.115-117

recordar que la revolución mexicana fue anterior a la revolución rusa. Sin duda hubo grandes diferencias entre un país de inmigrantes como Argentina, por un lado, que conjuntamente con sus inmigrantes importó en forma directa las tradiciones del movimiento obrero europeo, incluyendo las luchas entre socialistas y comunistas de todas las tendencias, y los países andinos, que no fueron el destino de una inmigración tan masiva desde Europa en el siglo XIX. Pero también les llegó la noticia que en la lejana Rusia un hombre llamado Lenin había derrumbado el poder de los terratenientes y capitalistas. El eco de la Revolución de Octubre no tardó en llegar a América Latina: animó a todos los que querían iniciar la lucha contra los explotadores y opresores propios. ¡Que viva el bolchevismo! gritaron los artesanos en su marcha de protesta de 1919 en Bogotá, y los visitantes de la capital colombiana se sorprendieron al ver las calles de los barrios obreros con los nombres de Lenin y Trotski ya en el año 1919 (Carretera Trotski, Calle Lenin).

Sin embargo, esta evocación de una revolución geográficamente distante no significa que los dirigentes del movimiento revolucionario hayan orientado sus acciones en los escritos de Marx, Lenin o Trotski, que en su mayoría no habían siquiera leído. Sin estas instrucciones de afuera, supieron dónde se podía atacar el sistema de un capitalismo dependiente dominante en sus países. En Colombia, por ejemplo, en los enclaves donde estaba penetrando el imperialismo norteamericano: los centros de la explotación petrolera operados por compañías extranjeras y las zonas de cultivo de banano, pero también aquellas donde dominaba el cultivo del café y de donde se lo transportaba a los puertos marítimos. Ahí comenzaron con un trabajo de organización temerario y creativo: las organizaciones sindicales emergentes eran, a la vez, los titulares de la lucha política porque, por suerte, no les había llegado aún ningún mensaje de la Segunda o Tercera Internacional, exigiéndoles tomar la medida supuestamente necesaria de separar el sindicato del partido. Al igual que en Colombia, al comienzo de los años veinte del siglo pasado, también otros países latinoamericanos tuvieron un período de grandes huelgas y movilizaciones masivas y una época en la cual los socialistas revolucionarios publicaron excelentes periódicos y revistas propios para el intercambio de información e ideas revolucionarias. En Colombia hubo las llamadas "giras", giras de agitación y campañas de ilustración, temidas y denunciadas por los detentores del poder a causa de su potencial subversivo. Una mujer excepcional jugó un rol especial. Fue María Cano, maestra de Medellín, la celebrada "flor del trabajo" que figuró durante algunos años como una especie de Rosa Luxemburgo colombiana.

Los revolucionarios de la primera hora trataron también de ubicar sus actividades de ilustración y organización en un contexto mundial. Como centro idóneo de la revolución mundial se ofrecía la Internacional Comunista, fundada por Lenin en Moscú en el año 1919. Se buscó el contacto pero también aquí hubo un desfase entre los países del Cono Sur y los países andinos. Ya en 1922, Luis Emilio Recabarren, fundador del Partido Comunista chileno viajó a Moscú como delegado de 4° Congreso de la Internacional Comunista (Komintern) al igual que el dirigente argentino José Fernando Penelón. Recabarren elaboró un informe de viaje muy positivo sobre la Rusia de los obreros y campesinos. Durante su prolongada estadía en Europa, de 1919-1923, el peruano José Carlos Mariátegui participó en las actividades de los comunistas franceses e italianos y se acercó por esta vía a la Komintern a pesar de no haber podido viajar a Rusia en persona.

A pesar de ello, la discusión más amplia de los problemas de América Latina se inició recién a fines de los años veinte. En ese entonces, el responsable de América Latina de la Central de la Komintern era Jules Humbert-Droz, cofundador del Partido Comunista Suizo e intelectual que contribuyó a una comprensión más profunda de las sociedades aún llamadas "semicolonias". En el 6° Congreso Mundial de la Komintern de 1928, presentó una ponencia sobresaliente que anticipó muchos aspectos de las teorías posteriores de la dependencia. Humbert-Droz representó también a la Internacional Comunista en el primer encuentro de los partidos comunistas de América Latina, realizado en Buenos Aires en junio de 1929. En mi opinión, las actas de este encuentro son el documento más importante sobre los inicios del movimiento comunista de América Latina. Por primera y -desgraciadamente por décadas- última vez se discutieron abiertamente problemas fundamentales de la estrategia revolucionaria en el subcontinente y se documentó todo, incluyendo las opiniones no ortodoxas que luego simplemente fueron censuradas como "desviaciones". Hoy en día, el documento, originalmente publicado como libro, circula entre los investigadores interesados en forma de fotocopias.

La tragedia del movimiento comunista de América Latina reside en que este encuentro de sus líderes se haya dado justo en el momento en que la lucha interna por el poder en la central de la revolución mundial ya se había decidido a favor de Stalin. El futuro déspota había logrado poco antes eliminar políticamente a Nikolai Bujarin, su último oponente potencial entre los viejos bolcheviques y destituirle de su puesto de Presidente de la Internacional Comunista. Con esta movida se apartó también a todos los amigos y coideólogos de Bujarin de las posiciones clave en el aparato, entre ellos también a Jules Humbert-Droz, que ya era odiado desde antes por Stalin por haber criticado la intervención de éste último en los asuntos internos del Partido Comunista alemán. Jules Humbert-Droz dejó de ser responsable de América Latina y sus valiosos aportes teóricos fueron borrados del currículum de la Escuela Lenin de la Komintern.

Desde mediados de 1929 se inició un proceso rápido de estalinización tanto en la central de la Komintern como en los diferentes partidos comunistas de América Latina. Sin embargo, en mi opinión, habría que diferenciar claramente entre, por un lado, la imposición de determinadas posiciones de Stalin en una coyuntura histórica dada y, por otro, las características permanentes de la ideología y realidad organizativa que marcaron al movimiento comunista mundial desde el triunfo de Stalin sobre sus oponentes, más allá de su muerte, e inclusive, aún luego del derrumbe de la Unión Soviética.

Entre las posiciones políticas coyunturales que Stalin quiso imponer en el mundo entero hay que mencionar, en un inicio, la idea de una lucha de clase contra clase que en el fondo excluía toda política de alianza con los segmentos progresistas de las capas medias y campesinos dueños de tierra y que difamaba a los socialdemócratas como social-fascistas a los que había que combatir con un fervor aún mayor que a los fascistas verdaderos. En América Latina, donde el proletariado industrial era aún poco numeroso, los partidos comunistas emergentes debían proletarizarse a pesar de todo: los proletarios "puros", aún no contaminados por aberraciones ideológicas, debían reemplazar en el partido a los elementos pequeño burgueses siempre vacilantes. Estas ideas, que no tomaban en cuenta las estructuras de clase reales de América Latina, se abandonaron pocos años después para, en aras de un "frente popular" surgido por la lucha anti-fascista, ser reemplazadas por el

concepto de una alianza con una parte de la clase dominante, la burguesía nacional supuestamente existente. Sin embargo, el frente popular tal como se promovió en el séptimo y último Congreso Mundial de 1935 no dejó sin vigencia al estalinismo que, poco después, alcanzó su cúspide bárbara en los procesos de Moscú y la Gran Purga realizada en la Unión Soviética.

Pasemos ahora a considerar las características duraderas del estalinismo que se pueden identificar independientemente de los cambios coyunturales de la política determinada por Stalin. Al respecto quisiera destacar cuatro aspectos:

1. El menosprecio de los antecedentes propios de los movimientos revolucionarios

2. La denuncia de desviaciones

3. La introducción de una autocrítica ritualizada

4. La defensa incondicional de la Unión Soviética

El menosprecio de los antecedentes propios de los movimientos

revolucionarios

Toda política comunista se fundamenta en la idea de que se requiere un partido marxista-leninista construido a base de los criterios de un así llamado centralismo democrático. Este partido debe figurar como una sección de una organización mundial en un país determinado, siguiendo las instrucciones de la central. Desde el 2° Congreso de 1920, la adhesión de un partido a la Internacional Comunista estaba supeditada a las famosas 21 condiciones que, sobre todo, hicieron obligatoria la lucha irreconciliable contra la socialdemocracia. Pero recién en tiempos de Stalin se concluyó, partiendo de este concepto de partido, que la Komintern no daría crédito a la historia del movimiento revolucionario previa al contacto, considerándola apenas como prehistoria marcada por todo tipo de errores que necesariamente tenían que ocurrir por el desconocimiento del marxismo-leninismo. La construcción desde cero de un verdadero partido comunista exige la superación total de esta fase inicial tachada y cargada de errores.

¿Pero qué hacer con los líderes de antaño que, sin haber sido instruidos por Moscú, se habían destacado en la primera fase heroica del movimiento revolucionario? Primero se les ofreció seguir trabajando en el partido en una posición subordinada, siempre y cuando estuviesen dispuestos a reconocer su culpabilidad de los errores del pasado. Muy pronto, estos errores se convirtieron en el centro de atención y ya no se hablaba de los méritos. El que no se sometía cien por ciento y asumía toda la "culpa" de los errores del pasado, fue desplazado. Así sucedió en Colombia con Tomás Uribe Márquez, durante años, la figura clave del Partido Socialista Revolucionario. Su ex co-ideólogo, Ignacio Torres Giraldo, exiliado en Moscú, fue obligado a marcar sus distancias y, finalmente, a suspender toda correspondencia con el primero, para dar credibilidad a su ruptura con el pasado propio.

Una correspondiente estigmatización de los líderes anteriores parece haber sido de gran importancia para la cohesión de un partido estalinizado. Existen procesos análogos en la

mayoría de partidos comunistas. En Chile le tocó, en una fase temprana, a Manuel Hidalgo, en Argentina a Penelón, en Brasil al revolucionario legendario Luís Carlos Prestes, que después del fracaso de sus intentos de levantamiento, fue persuadido a unirse al partido comunista e invitado a viajar a Moscú. Aquí la abdicación del pasado se volvió aún más absurda: fue Prestes mismo, en su calidad de comunista renacido de tendencia estalinista que llamó a combatir el "prestismo". En Perú, José Carlos Mariátegui, el marxista latinoamericano más importante, fue estigmatizado poco después de su muerte en 1930, sobre todo por haberse opuesto a que se fundara un partido comunista peruano como "partido de la clase del proletariado": El "mariateguismo" fue proscrito. Y también Luis Emilio Recabarren, fundador del comunismo chileno, fue excomulgado post mortem en los años treinta por la Komintern por haber sido considerado responsable de la sobrevivencia de opiniones oportunistas y socialdemócratas en el Partido Comunista de Chile. De manera análoga al "luxemburguismo", el "recabarrenismo" se convirtió en ideología enemiga.

La denuncia de desviaciones

La denuncia pública de las desviaciones fue parte integral de la ideología estalinista. A pesar de que las prácticas de la marginación y difamación de los oponentes dentro del partido ya habían jugado un rol preponderante en la socialdemocracia de la preguerra y creció aún más en los escritos polémicos de Lenin, fue recién bajo Stalin que el "disidente" se convirtió en enemigo a ser eliminado físicamente. Obviamente, el prototipo era el gran oponente Trotski y ya a fines de los años veinte, el "trotskismo" era considerado como la encarnación de todo el mal. Con la eliminación de Bujarin se agregó, en 1929, la "desviación hacia la derecha" (y/o los conciliadores). La línea correcta del partido bolchevique tuvo que ser defendida permanentemente contra ambas amenazas. Sólo en la lucha permanente contra las desviaciones, los comunistas de todos los países podían tomar conciencia y conservar su identidad y hasta tuvieron que luchar contra las desviaciones y disidentes antes de que estos se manifiesten en los diferentes partidos. Existe, por ejemplo, una comunicación notable de fecha del 1/7/1932, dirigida por la oficina de la Komintern en el Caribe al Partido Comunista de Colombia mediante la cual se solicita llevar la lucha por la denuncia del carácter antirrevolucionario del trotskismo a nivel mundial, a pesar de que no existía en Colombia ningún grupo trotskista.

El comunismo latinoamericano de comienzos de los años treinta se caracterizó por el hecho de que las supuestas aberraciones ideológicas en los diferentes países eran agrupadas en las grandes desviaciones definidas por la Komintern. En el análisis de clases, se utilizó la etiqueta "pequeño burgués" para identificar y estigmatizar opiniones disidentes, una práctica que, desgraciadamente, ya había sido usual en la polémica marxista de la 2° Internacional. Muchas veces fueron intelectuales, es decir también "pequeños burgueses", que por esta vía trataron de invalidar los argumentos de otros intelectuales haciendo referencia a su pertenencia de clase. El hecho de que muchos de los primeros comunistas, por ejemplo, abogados y literatos que formaban parte la intelligentsia, hayan sido los

primeros en desertar hacia el "enemigo de clase", o mejor dicho, en volver a su origen de clase en la mayoría de casos, resultó conveniente para aplicar esta clasificación simplificadora. Sin embargo, hubo muchos intelectuales que no claudicaron y, por otro lado, también algunos activistas sindicales de origen obrero que se hicieron acoger por el poder dominante. De todos modos, el lema de la "proletarización" resultó particularmente problemático en su aplicación en América Latina porque se refería directamente a un proletariado de fábrica que, en ese entonces, no era más que una minoría minúscula entre la gran masa de explotados del subcontinente. En realidad, la "proletarización" como lema no hacía referencia a un proletariado realmente existente, sino al mito de una disciplina "proletaria" que, a fin de cuentas, no era más que una sumisión a las instrucciones de la central. De los "proletarios" aún no deformados por ninguna "doctrina falsa", se esperaba entonces la renovación del partido en el sentido del reconocimiento del todopoderoso Stalin y de los "pequeños Stalin" de los diferentes países y partidos.

La introducción de una autocrítica ritualizada

En la domesticación de los futuros funcionarios estalinistas de la Komintern, el procedimiento de la autocrítica desempeñaba un rol central. Existen estudios nuevos con excelentes análisis de los mecanismos de la autocrítica. Uno de ellos, la monografía de un colega de Austria, compara la autocrítica comunista con la confesión católica. (B. Unfried, Ich bekenne: Katholische Beichte und sowjetische Selbstkritik, Frankfurt a.M., 2006). Las biografías de algunos revolucionarios colombianos contienen ejemplos muy ilustrativos: en el caso de Ignacio Torres Giraldo, la evolución del proceso, que comienza con admitir algunos errores cometidos y termina con la censura total de la propia historia, puede ser documentada con precisión. Una primera autocrítica no resultó suficiente porque, desde Moscú, Torres Giraldo explicó a sus camaradas en Colombia los motivos de su precipitada salida del país. Tuvo que redactar una segunda autocrítica mucho más fuerte y, finalmente, una última, que llevaba el sugerente título Liquidando el pasado. Aquí ya se sobrepasa el límite de la autocrítica, porque Torres Giraldo se auto-inculpa de haber actuado "objetivamente" al servicio del enemigo de clase. El documento de 1932, hace presentir los futuros excesos de auto-inculpaciones de los acusados en los procesos de Moscú de 193638.

Si comparamos estos procedimientos con la actuación de la compañera de Ignacio Torres Giraldo, vemos hasta qué punto estas humillaciones auto-provocadas se debieron, también, al ambiente vigente en Moscú. En Medellín, María Cano se enteró las acusaciones contra el antiguo líder del Partido Socialista Revolucionario, en un pleno del partido de julio de 1930, dirigiendo una carta al Secretario General recién elegido. Aunque admite ciertos errores, se defiende claramente y con dignidad de la difamación de los hasta entonces reconocidos protagonistas del auge revolucionario de los años veinte cuyo grupo integraba.

La defensa incondicional de la Unión Soviética

De los funcionarios enviados a Moscú, expuestos por un tiempo prolongado a la vida cotidiana soviética, se debería haber podido esperar un mínimo de distancia crítica, sobre todo porque ya habían probado su aguda capacidad de observadores críticos de la sociedad en su propio país. Ignacio Torres Giraldo, que vivió más de cuatro años en Moscú (fines de 1929 hasta comienzos de 1934), dejó apuntes autobiográficos que demuestran cómo un militante revolucionario de un país latinoamericano percibió la realidad rusa tal como se la presentaba la propaganda oficial: veía únicamente los logros ejemplares del socialismo en construcción. Logros que, en su opinión, se veían, sin embargo, amenazados por el sabotaje de elementos enemigos y que exigían una extrema vigilancia. Se unió incondicionalmente a la difamación de toda oposición e, inclusive, llegó a defender los procesos de Moscú.

La misma glorificación de la Unión Soviética y de la Internacional Comunista como central omnisciente de la revolución mundial, fue también compartida por aquellos primeros comunistas que, como María Cano, se negaron dignamente a distorsionar su propia historia. En el supuesto caso de una decisión equivocada de la central de la Komintern se argumentaba que sólo podía haberse dado como consecuencia de una información incompleta o falsa o, eventualmente, por una infiltración de elementos enemigos del partido y sus maniobras de engaño. Y no correspondía a los miembros disciplinados de un partido leninista referirse a los debates sobre tendencias que se llevaban en la cúspide de su organización mundial. No sorprende entonces que Tomás Uribe Márquez, ya excluido del partido, no obtuviera ninguna respuesta a su extensa carta dirigida a la Komintern en la cual llamaba la atención sobre los errores cometidos por la cúpula del partido colombiano y solicitaba el envío de una nueva delegación de Moscú con el fin de renovarla. Aquí se ve claramente hasta qué punto los "disidentes" de entonces, cuya exclusión correspondía a la lógica de la Komintern, seguían creyendo en la sabiduría y el poder absoluto de la central de un partido mundial del proletariado.

Entre algunos protagonistas de esta época, la fidelidad con la Unión Soviética perduró más allá del derrumbe y el hundimiento de la misma. Hace dos años tuve la oportunidad, aquí en Quito, de hablar con César Endara, cofundador del Partido Socialista y luego también Comunista de Ecuador. A la fecha de la conversación César Endara tenía 103 años de edad. Hablamos de su estadía en Moscú en 1929 y me contó que no estudió, como se lo habían ofrecido, en la Escuela Lenin de la Komintern, sino en la Universidad de los Pueblos del Este porque, en la Escuela Lenin se enseñaba a los latinoamericanos en castellano y el joven César Endara prefirió estudiar en la del Este para aprender ruso, el idioma de la Revolución de Octubre, el idioma de Lenin. Con orgullo me mostró su biblioteca, toda una habitación llena de libros y revistas en ruso; no quería separarse de ninguno de ellos. César Endara quería discutir conmigo por qué motivo la Unión Soviética se había finalmente hundido, pero yo tenía que correr al aeropuerto y lo dejamos para una siguiente visita. Es una pena que esta cita ya no se haya podido concretar: César Endara falleció hace pocas semanas, a la edad de 105 años.

La posibilidad de realizar un análisis crítico del estalinismo basado en fuentes históricas hasta la fecha desconocidas, se dio recién a partir de 1991, con la apertura del archivo de la Komintern de Moscú. Personalmente pude valerme de los trabajos previos del historiador de la RDA, Jürgen Mothes, fallecido en 1996. También acudí a los archivos de Moscú en 1994. El resultado de estos estudios es el libro documental Liquidando el pasado, elaborado conjuntamente con José María Rojas y publicado en Bogotá el año pasado. De ejemplo nos sirvió un libro sobre Chile, publicado a partir de los archivos soviéticos, por Olga Ulianova, historiadora rusa residente en Chile. Por su iniciativa se realizan, desde hace una década, reuniones de investigadores latinoamericanos de la Internacional Comunista en congresos internacionales, la última en el marco del Congreso de Americanistas realizado en México, en julio del año pasado. Ahí se coordinó el trabajo conjunto con el historiador ruso Viktor Jeifets de San Petersburgo que, desde hace muchos años trabaja con su padre Lazar Jeifets sobre la historia del movimiento comunista en América Latina y ya cuenta con algunos artículos publicados sobre México y Colombia. En el Congreso de Americanistas en México se iniciaron también similares documentaciones sobre Perú y México.

Una tal reconquista de un pasado sepultado no es de interés exclusivo de los investigadores históricos. Sin embargo, mucho depende de los métodos empleados y objetivos perseguidos en esta investigación. Desde mi punto de vista, se trata también de defenderse de la literatura de los renegados, que escogen a su discreción y manipulan las fuentes para sus propios fines para difamar todas las luchas revolucionarias del pasado con el propósito obvio de hacer aparecer como inútil y peligrosa toda búsqueda actual de un orden social alternativo no basado en la explotación y la iniquidad. El propósito mío y de mis colegas es al contrario desterrar la memoria sepultada de los primeros movimientos revolucionarios de América Latina como una fuente que permite superar las deformaciones estalinistas cuyos efectos se sienten hasta el día de hoy y así abrir el camino para una política emancipatoria.

En América Latina, este análisis y la confrontación con el pasado estalinista de las propias organizaciones, quedaron incompletos. Supongo que existen razones y son comprensibles. En primer lugar, hay que recordar que los revolucionarios latinoamericanos casi no fueron afectados por las purgas que cobraron innumerables víctimas en la Unión Soviética de los años 30. Entre ellas no sólo constaba la mayoría de integrantes de la cúpula original de los bolcheviques rusos, sino también, muchos cuadros de partidos comunistas exiliados. Un caso extremo es el de Polonia: de un total de 26 altos cuadros polacos del aparato de la Komintern, se liquidó a 25. Ninguno de los líderes polacos cayó como víctima de la represión del enemigo de clase en su propio país y uno solo sobrevivió las purgas estalinistas. La represión cobró también muchas vidas entre los cuadros de la cúpula del partido comunista alemán. Sin embargo, entre los numerosos latinoamericanos que en estos años trabajaron en el aparato de la Komintern o la Escuela Lenin de Moscú, apenas se conoce el caso de un mexicano que pasó algunos años en un campo, probablemente a causa de su amistad con una funcionaria rusa de la Komintern perseguida. Los comunistas latinoamericanos tampoco fueron afectados por la ola de persecución de tinte antisemita llevada contra líderes comunistas que se generó en Europa del Este en los años previos a la muerte de Stalin (1949-1952). Es decir, que no tuvieron la experiencia inmediata de la represión estalinista.

El estalinismo no se acabó con la muerte de Stalin. El famoso discurso secreto de Khrushchev del XX Congreso del PCUS de 1956, sólo condujo a una desestalinización superficial bajo la fórmula minimizadora de la superación del culto a la persona. Hay motivos suficientes para calificar los órdenes de poder de la Unión Soviética y de los países dependientes de Europa del Este y Europa Central como neoestalinistas, hasta la fecha de su derrumbe. En su estructura de poder real se mantuvo el principio del monopolio del poder ilimitado del grupo líder de un partido de Estado. Se trata de un concepto creado ya bajo Lenin, pero con una forma especial debido a las condiciones de la guerra civil en la joven Rusia Soviética. Para Lenin, la prohibición de todos los partidos políticos en competencia con los bolcheviques, así como la prohibición de formar fracciones dentro del partido comunista ruso, proclamada en 1921, no fue más que una medida limitada de emergencia en una situación excepcional y nunca considerada como una característica permanente de una democracia socialista. Pero a continuación se hizo virtud de esta necesidad y, a manera de ejemplo, se definió el rol líder del Partido Comunista en la Constitución.

En el marco de esta ponencia no se puede desarrollar todo el efecto que tuvo este ejemplo soviético en tiempos de la Guerra Fría en los países latinoamericanos donde los revolucionarios, que originalmente actuaban fuera del comunismo aprobado por Moscú, ganaron contra el viejo orden. Sería tan pretencioso como querer resumir la historia y problemática de la revolución cubana en unas pocas frases de una ponencia, más aún antes de la ponencia del compañero Cubano Aurelio Alonso. Sólo puedo hacer referencia a un artículo reciente de nuestro amigo Boaventura de Sousa Santos que me parece ser un nuevo punto de partida muy idóneo para una discusión seria acerca de Cuba. Tampoco se puede en este lugar presentar toda la experiencia de la Unidad Popular de Chile, donde un Partido Comunista, bien anclado en una parte de la clase obrera, logró, en alianza con el Partido Socialista y otras fuerzas políticas de izquierda, ser elegido en elecciones libres, formar Gobierno y preparar la transición a un orden socialista. A pesar de haber trabajado personalmente en la Universidad de Concepción hasta el golpe de Pinochet y haber participado en la investigación de las nuevas formas de organización de la clase obrera chilena en la región, debo también omitir estas experiencias, aunque sería muy interesante discutir la experiencia Chilena en presencia de la directora de la mejor revista semanal en el tiempo de la Unidad Popular, Martha Harnecker.

Para la izquierda del mundo entero, el desarrollo logrado en varios países de América del Sur después de la victoria electoral de Hugo Chávez a fines de 1998, resulta muy alentador. En este seminario estas experiencias serán presentadas y evaluadas por políticos y científicos de alto rango de los países andinos. Por ello he optado por limitarme al aspecto fundamental de mi ponencia: ¿Cómo puede una revisión del pasado del movimiento revolucionario de América Latina contribuir a encontrar la justa medida para lograr una mejor evaluación de los progresos y riesgos actuales?

A mi parecer, los grandes lemas se anuncian a veces prematuramente y con poca visión. Muchas veces, una mirada atrás nos permite evitar el riesgo de confundir ideales proclamados con la realidad existente y librarnos de la consiguiente repetición de los errores del pasado. Sin duda, resulta más cómodo aclamar a los líderes que nos impresionan, justificar sus palabras y acciones sin cuestionarlas porque ellos se levantaron

para enfrentarse a un oponente excesivamente poderoso. También en los movimientos alemanes de solidaridad existen estas tendencias, a veces inclusive combinadas con la glorificación a posteriori de un pseudo-socialismo que dejó de existir en 1989.

En este sentido quisiera sugerir que se reflexione también sobre la relación entre el partido y los consejos. Actualmente se observa en los países de la región andina, gobernados por gobiernos progresistas, la tendencia de convertir a los partidos de izquierda, surgidos en primera instancia como instrumento para conquistar el Gobierno en una democracia representativa, en algo más sólido, en partidos capaces de posibilitar la acción unida y cerrada de las fuerzas progresistas. En este afán, el tema de la unidad frente a la necesaria diversidad de las tendencias tiende a ser visto con un absolutismo exagerado y se llega, tal vez sin querer, fácilmente al modelo de un partido marxista-leninista incluso con prohibición de formar fracciones. Para justificarlo se puede siempre recurrir al argumento de la amenaza externa: el oponente poderoso -así se decía en 1920 y así se lo dice hoy- se aprovecharía enseguida de toda discusión abierta que dé cabida a opiniones diferentes para entrar por este punto débil con sus fuerzas contrarrevolucionarias. Desde mi punto de vista, la historia nos demuestra lo contrario: el sofocamiento de una discusión vital es mucho más peligroso que cualquier maniobra de la contrarrevolución, porque una discusión presupone siempre la posibilidad de la libre articulación de posiciones opuestas, la posibilidad de que representantes de tendencias diferentes y hasta opuestas discutan dentro del partido y, así, contribuyan a la definición de la mejor vía a tomar. Ciertamente, se debe llegar a resultados que permitan una acción concreta del Gobierno por un período de tiempo, pero la discusión no debe ser dada por concluida en ningún momento.

Es sin duda alentador que los portavoces de la revolución venezolana se refieran actualmente al principio de los consejos con la aspiración de iniciar desde ahí una reestructuración del Estado. Sin embargo, todo observador consciente de la historia se preguntará enseguida: ¿Hasta qué punto se quiere avanzar con la democracia de consejos? ¿Acaso hasta el punto en el cual un orden de consejos construido de abajo para arriba elimine también el monopolio de poder de aquellos que, en su calidad de líderes históricos, conducen por décadas el destino de un país, y lo conducen por ser considerados indispensables, primero por la población, y finalmente también por sí mismos? Como se sabe -y como aprendimos de nuevo por la conferencia magistral de Joern Schuetrumpf- en los primeros años de la Unión Soviética las cosas se desarrollaron en el sentido inverso: los consejos, constituidos en un inicio, perdieron su poder paso a paso y la dictadura del proletariado terminó siendo una simple dictadura del partido del Estado. Los procesos reales de decisión en este tipo de orden son determinados por las líneas de mando de un partido centralista que obviamente deben quedar ocultas para todo persona extraña, una situación que determina también la debilidad de muchos estudios sobre el poder popular que respetan el tabú según el cual todo puede ser objeto de análisis sociológico con excepción del funcionamiento real del partido en el gobierno. El nombre Unión Soviética, es decir, Unión de las Repúblicas de Consejos Socialistas, era una denominación equivocada desde los años 30 porque, en realidad, los consejos ya habían sido eliminados del proceso de decisión. ¿Cómo evitar que este hecho se dé en países donde un partido centralizado y bien dotado de recursos, se encuentre con consejos cercanos a la base que, aunque no se relacionen entre sí de forma autónoma, tengan que entrar a depender de una dirección permanente o de un partido líder?

Volvamos al socialismo del siglo XXI tal como se lo proclama desde hace algunos años. No se presta para ser patentado por más que se haya redactado oportunamente un libro del mismo nombre. Si hoy en día se habla seriamente de socialismo, ello es, sin duda, más que la suma de ideas de uno o varios presidentes de los países andinos, por más visionarios que a veces sean. Siempre pesa la amenaza del simple renacimiento de determinados elementos del socialismo del siglo XX que llegó a sobreestimarse a tal punto que se autodefinió como "realmente existente", expresión también favorita de los ideólogos burgueses, más que nada interesados en la difamación permanente de toda forma de socialismo.

¿Pero acaso no habrá algo que se parezca a un principio de este "otro mundo", de una sociedad digna del ser humano a la que aspiramos que nos pueda servir de guía? Ante mi discurso más bien escéptico, les sorprende quizás saber que de hecho estoy convencido que podemos, en la actualidad, descubrir tal principio si nos alejamos de un enfoque eurocentrista. Deberíamos reconocer que determinados términos utilizados en los idiomas de los pueblos andinos constituyen la mejor crítica de un orden cuyo carácter suicida se volvió a evidenciar hace poco, desde la llamada crisis financiera hasta la destrucción de hábitats extensos como ahora en el Golfo de México. Poco después de la elección de Evo Morales tuve el privilegio de hablar con David Choquehuanca, el nuevo Ministro de Relaciones Exteriores de Bolivia, quien me explicó la diferencia entre el buen vivir y el vivir mejor. Todos deberíamos aspirar al buen vivir, mientras la idea del "cada vez mejor" se refiere a una carrera loca que sigue la lógica de la acumulación capitalista. Puede ser que haya estado especialmente abierto a estas verdades porque recordaba algo de la diferencia entre valor de uso y valor de cambio en la crítica de la política económica de Marx. De todos modos creo haber entendido lo que significa el "buen vivir", anclado en las nuevas Constituciones de Ecuador y Bolivia.

Pero hay que preguntarse si todo ello ya es suficiente para justificar una nueva V Internacional. Tengo mis dudas al respecto. En primer lugar, el programa y sobre todo la política práctica de los gobiernos actuales de izquierda de América Latina ya albergan la disputa entre líneas diferentes e inclusive opuestas y no me parece estar seguro cuál de ellas se impondrá. Se observa, por ejemplo, un fuerte conflicto entre el afán de explotación acelerada de la naturaleza, entre otros, mediante megaproyectos que, en el fondo, siguen la misma lógica que las empresas correspondientes de los consorcios multinacionales, e iniciativas meritorias que luchan a favor de la conservación de la naturaleza en las cuales nuestro país anfitrión, Ecuador, juega un rol destacado de resonancia internacional con su proyecto Yasuní. Esperemos que esta línea se imponga, pero una identificación ciega con los líderes de los gobiernos progresistas no me parece ser el mejor camino para excluir la victoria de un nuevo desarrollismo.

¿Acaso el antiimperialismo puede ser considerado como base segura de una nueva Internacional? Tengo mis reservas y son considerables. Sin duda resulta necesaria la resistencia contra la política agresiva de la superpotencia, sobre todo en América Latina, donde se observa la continuidad de una política imperialista de los Estados Unidos también bajo un Presidente Obama. Una política que va de la ampliación de las bases militares en Colombia, pasando por el apoyo de facto del golpe en Honduras, sin olvidar el bloqueo persistente de Cuba. Pero para los socialistas esto no puede significar que cada enemigo de los Estados Unidos sea automáticamente un amigo y aliado. Hay gobiernos opresores cuyos

peores representantes no pueden ser aliados de ningún socialista, entre ellos el actual presidente ilegítimo de Irán. En Alemania, los socialistas independientes compartimos una larga historia con los demócratas del Irán. Esta historia ya data del tiempo de las protestas contra la visita del Shah en Berlín en 1967. Después de su derrocamiento, casi todos sus enemigos que habían regresado a su país fueron expulsados otra vez por un nuevo sistema opresor, esta vez teocrático, y para una persona como yo, el apoyo de la oposición democrática contra la teocracia fue y sigue siendo algo obvio. Hace un año, el amplio movimiento de protesta contra el fraude electoral fue recibido con beneplácito por toda la izquierda de Alemania y la desilusión fue grande cuando este mismo movimiento fue difamado como contrarrevolucionario por Hugo Chávez. El Consejo Científico de Attac Alemania publicó una declaración de respaldo al movimiento de emancipación en Irán, en el cual también se hizo referencia a los líderes progresistas de América Latina:

"La posición que tomó Chávez (y otros en Sudamérica), está en franca contradicción con los ideales emancipadores del "Socialismo del Siglo XXI". Los derechos universales no deben ser sacrificados por juegos tácticos de geopolítica." (Declaración de Attac Alemania, 9 de julio de 2009). La evaluación de los acontecimientos en Irán me parece demasiado importante para poder callar las diferencias graves. Para evitar todo malentendido: los amigos y camaradas del Irán que hicieron un llamado por la solidaridad con el movimiento democrático de su país son a la vez los críticos más firmes de la política de los Estados Unidos y de Israel y no dejan de insistir en protestar contra la política de ocupación israelí y los preparativos de guerra de los Estados Unidos. Ninguno de ellos está a favor de las sanciones impuestas a Irán o estaría opuesto a mejores relaciones económicas de Irán con los gobiernos progresistas de América Latina. Pero declararse solidario con un usurpador y opresor es otra cosa. Para mi indica que difícilmente puede haber un internacionalismo cuyos criterios resulten únicamente de las confrontaciones en un subcontinente.

No pretendo concluir mi conferencia con una afirmación tan negativa. También para los socialistas independientes de Alemania, el desarrollo político de la última década en la región andina es muy alentador. Deberíamos estudiarlo atentamente y mostrar toda nuestra solidaridad, sobre todo para defendernos contra una política negativa de nuestros propios gobiernos de Europa. Sin embargo, esto no debe devolvernos a las formas tradicionales de una solidaridad limitada a los aplausos que se pone a disposición de los aparatos oficiales de propaganda, con los desgastados rituales de amistad entre los pueblos del socialismo realmente existente. Me parece necesario desarrollar nuevas formas de solidaridad crítica en las cuales cada uno de nosotros puede contribuir en el marco de sus posibilidades. Creo que la nueva oficina de la Fundación Rosa Luxemburg en Quito puede aportar en múltiples formas en la concretización de una nueva solidaridad.

Dentro de las tareas prioritarias figura la recuperación del patrimonio (sepultado) de los movimientos revolucionarios de América Latina. Estoy convencido de la importancia que tiene para la izquierda latinoamericana la memoria de una práctica emancipatoria y de sus protagonistas antes de la deformación estalinista. En Colombia participo con gusto en una iniciativa de científicos sociales y sindicalistas interesados en revivir la memoria de María Cano. En este campo, los historiadores europeos que suelen acceder con mayor facilidad a sus archivos y los de Moscú, pueden a veces asumir tareas que resultan más complicadas para sus colegas latinoamericanos. Como ejemplo quisiera mencionar la biografía de

Augusto Sandino, escrita por mi amigo y colega Volker Wünderich, una obra recientemente reeditada en Nicaragua, muy reconocida por los historiadores progresistas de ese país. Es sumamente importante que las figuras sobresalientes del movimiento revolucionario sean presentadas en su complejidad y con sus contradicciones, más allá de una glorificación estéril de héroe. En mi opinión, lo logró también mi colega Christine Hatzky con su biografía de Julio Antonio Mella, cofundador del Partido Comunista de Cuba, y es también una buena noticia que el año pasado una traducción de este libro poco ortodoxo haya sido publicada por una editorial cubana. Un mejor entendimiento del pasado puede también ayudar a lograr una mejor orientación en un presente difícil en Cuba y en otras partes de América Latina.

Recibido: 23 de mayo 2010 Aceptado: 25 de julio 2010

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